No temas
Mensaje de Noviembre 2018 – 12
Mis queridos jóvenes:
Os saludo en el nombre del Señor Jesucristo y pido que sus bendiciones, amor y dirección sean sobrevosotros en abundancia.
El miedo
Hoy tenemos una meditación de un pasaje del Evangelio que se encuentra en el libro de Marcos: “Pero, Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente” (Mc. 5:36). (RVR1960). Estas palabras están enmarcadas dentro de una historia muy conmovedora, porque el principal de la sinagoga, mientras se hallaba con Jesús, recibe la terrible noticia de que su hija había muerto. ¿Quién no temblaría de pies a cabeza si recibiera esta comunicación?
Desde que el ser humano cayera en el pecado, el miedo se introdujo en la naturaleza humana. Antes del pecado el hombre no sabía lo que era el miedo, vivía en paz y experimentaba la verdadera felicidad; pero después que decidiera desobedecer a Dios, conoce el miedo y se esconde (Gén. 3:10). ¡Qué sensación tan desagradable deben haber sufrido Adán y su esposa! Lo que antes les producía placer y gozo, después de pecar les aterraba. Si analizamos el texto y su contexto, observaremos que la respuesta de Adán al por qué siente miedo es por estar desnudo. Parece una contradicción, porque en el capítulo dos del mismo libro dice que “ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban” (Gén. 2:25). (LBLA).
Hay una explicación para esta aparente discordancia. Antes de pecar eran santos, reflejaban la imagen de Dios, es decir su carácter, y aunque estaban desnudos un manto de gloria les cubría. Después de pecar el mando desaparece, porque el pecado nos hace semejantes al diablo. Entonces es cuando ven su desnudez y se percatan de que algo tremendo ha ocurrido; el pecado les ha robado su inocencia y por tanto su comunión íntima con Dios. Pecar nos embrutece, nos degrada y aleja del Creador. Lejos de Aquel que nos ha creado, sólo podemos experimentar frío, soledad, desamor, inseguridad y sobre todo miedo. Recuerda esto, joven, el miedo es el resultado del alejamiento de Dios. Cuánto más cerca de Dios estemos menos miedo experimentaremos, hasta el punto que desaparezca.
Para reforzar esta afirmación recordaremos la historia de Israel. ¡Cuánto amor les prodigó Dios! Sin embargo, ¡qué poco lo valoraron! Siempre se quejaban, siempre murmuraban, no se centraban en las bendiciones recibidas sino en aquello que no poseían. Se olvidaron de agradecer y de reconocer a Dios como su Benefactor supremo. No es de extrañar que vieran dificultades y enemigos a cada paso del camino, angustiándose su corazón bajo la presión del miedo. Seguramente recordarás cuando un grupo de gente fueron a inspeccionar la tierra que debían conquistar, al regresar estas fueron sus palabras: “La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Núm. 13:32-33). (VRV1960).
Este lenguaje refleja un sentimiento profundo de inseguridad, incerti-dumbre y miedo, como se observa en la reacción que tuvo el pueblo: “Entonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche” (Núm. 14:1). Los discípulos de Cristo también experimentaron el miedo: “Las olas azotaban la barca, porque tenían el viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos caminando sobre el agua. Cuando los discípulos lo vieron andar sobre el agua, se asustaron, y gritaron llenos de miedo…” (Mat. 14:24-26). A lo largo de la historia el miedo ha estado presente en toda cultura, civilización y persona.
El verdadero amor
El miedo lo coloca Satanás en el corazón, pero sólo si le dejamos noso-tros. Cuando amamos a Dios por encima de todas las cosas y confiamos en Cristo como nuestro Salvador personal, ¿por qué temer? “Donde hay amor no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo… Por eso, si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectamente” (1 Jn. 4:18). (DHH).
Si los espías hubieran confiado en Dios y en sus promesas no habrían vacilado, como fue el caso de Josué y Caleb, que también estaban con ellos pero vieron las cosas de otra manera: “Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis” (Núm. 14:8-9). (RVR1960).
¡Qué maravillosa seguridad expresaron estos dos hombres de fe! Ellos también habían inspeccionado la tierra y habían contemplado las dificultades, pero ¿qué problema es tan grande que Dios no lo pueda resolver? Y ellos lo sabían, tenían esta certidumbre, habían hecho experiencias con el Dios de Israel; ya no era una cuestión de creer por creer, sino era una vivencia personal. Su fe había crecido a medida que interactuaban con Dios. Uno sólo puede conocer al otro cuando se relaciona con él.
Querido joven, es la misma cosa en el ámbito espiritual. El pastor no es quien te va a dar más fe, ni tus amigos, ni tu familia. Pueden ayudarte, claro que sí, pero la fe genuina, la que permanece, crece y se desarrolla haciéndose fuerte, sólo te la dará Dios y nadie más. Tú fe debe ser autónoma, es una cuestión de decisión personal. Recuerda el caso de la samaritana que estaba junto al pozo de Jacob. Cuando conoció a Cristo, tomó la decisión de aceptarle como su Salvador personal, no esperó a que otros le convencieran o dieran un “empujoncito”. Allí mismo abrazó la fe salvadora y decidió que su vida se basaría a partir de esos momentos en la palabra de Cristo.
Si estudias otras vidas verás que actuaron de la misma manera. Por ejemplo, el apóstol Pablo, cuando se encontró con Cristo en la puerta de Damasco, preguntó: “¿Qué quieres que yo haga?” y basó su vida en su relación personal con Jesús. La comunidad de creyentes es necesaria para compartir con los demás nuestra fe y sociabilizar con aquellos con los que iremos al cielo. Es un instrumento para la evangelización. Asimismo Dios nos da dones para edificar a la iglesia. Pero la confianza en la palabra de Dios, es algo personal. Es como el comer, nadie puede comer por ti; o comes o mueres de inanición.
Josué y Caleb son dignos de imitar: Muestran seguridad en Dios, confian-za, valor… Nada de miedo, un hijo de Dios se goza en dejarlo todo en las manos de Aquel que todo lo puede y esto es el resultado de haber cultivado la confianza en Dios. Estos dos grandes hombres permanecieron firmes y en la conquista de la tierra prometida mostraron su inalterable seguridad y valor. ¿Te relacionas con el Señor de Josué y Caleb? ¿Lo conoces? ¿Lo amas? ¿Confías en Él?
Cuando llegamos a conocer a Dios por propia experiencia, aprendemos a confiar en su palabra. “Si Dios lo dice, yo lo creo y en Él espero”. Esta es la posición que cada uno de nosotros debería tomar en la vida. Te invito a que lo hagas joven. El salmista así creía: “Cuando siento miedo, pongo en ti mi con-fianza” (Sal. 56:3). (NVI). Nuestro Señor Jesús también nos enseña a creer en su palabra y a no temer: “No se angustien ni tengan miedo” (Jn. 14:1). (DHH).
Conclusión
Volvemos a la historia del jefe de la sinagoga. Cuando recibe la triste noticia del fallecimiento de su hija, se desmorona todo su mundo. Pero Jesús interviene y le invita a confiar en Él: “No tengas miedo; cree nada más” (Mc. 5:36). (NVI). El religioso tenía dos opciones: Creer a Cristo y no temer, o dejarse llevar por la desesperación y el miedo. Por lo que se entiende, Jairo decidió creer y no temer. Jesús resucitó a la muchacha y devolvió la alegría a los corazones de los padres y resto de la familia. ¿Y tú que decides frente a las dificultades que infunden temor?
La resurrección de la hija del principal de la sinagoga es un hecho sobrenatural, un milagro extraordinario y nos habla del poder restaurador del Señor, de su capacidad para vencer la muerte. Si perdemos en el camino de la vida a familiares y amigos, la promesa de Dios es que el que cree en Jesús no morirá eternamente (Jn. 11:25-26). Puede ser que Jesús no permita que un amado nuestro descienda al mundo del silencio, pero tarde o temprano esto va a ocurrir, es ley de vida. Sin embargo, tenemos una maravillosa promesa de resurrección. Esto nos debe alentar profundamente y alejar el temor.
No sé lo que sucederá en la vida de cada uno de nosotros, querido joven. Este mundo es un valle de dolor donde impera el reino de Satanás. Jesús dijo que en este mundo tendríamos aflicción, pero no termina ahí su mensaje, sino que asegura que debemos confiar en Él porque ha vencido al maligno y está en condiciones de darnos la perfecta paz, esa que no depende de las circunstancias externas que vivimos (Jn. 16:33). No temas, joven, Cristo tiene la capacidad de auxiliarte en toda situación y emergencia. Te invito a que hagas tuyas las palabras del salmista: “El SEÑOR es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El SEÑOR es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme?” (Sal. 27:1) y que podáis meditar sobre ellas en la reunión de lectura. Dios te bendiga.
José Vicente Giner Pastor y director del Departamento de Jóvenes de la Asociación General
Abreviaturas de versión bíblicas
NVI. Nueva Versión Internacional.
DHH. Dios Habla Hoy.
RVR1960. Reina-Valera 1960. LBLA. La Biblia de las Américas.