Mis queridos jóvenes:

Os saludo en el nombre del Señor Jesucristo y pido que sus bendiciones, amor y dirección sean sobre vosotros en abundancia.

Un deber que cumplir

La reflexión de este mes se basa en el texto de Filipenses 4:6, “No se preocupen por nada. Más bien, oren y pídanle a Dios todo lo que necesiten, y sean agradecidos” (Traducción en el lenguaje actual).

Seguramente en más de una ocasión te habrás preguntado si realmente Dios te escucha cuando te diriges a Él en oración. Es bastante curioso y a la vez paradójico, el hecho de que la generalidad de los cristianos sabemos, aceptamos, promovemos y entendemos el poder de la oración, pero en la vida práctica muchas veces vacilamos y podemos llegar a instalarnos en la poltrona de la duda, especialmente cuando nos ocurren cosas que no deseamos y por las cuales habíamos pedido que no ocurrieran.

Recuerdo el caso de una persona, miembro de iglesia, que manifestaba constantemente tener una fe recia en Dios y en sus promesas. Fácilmente increpaba a los demás cuando los veía desanimarse o faltándoles el valor. Pero un día tuvo un accidente y se fracturó algunos huesos. Mientras la visitaba en el hospital me dijo: “Estoy muy angustiada, hermano, ¿por qué Dios ha permitido que me ocurra esto a mí? ¿Es que no escucha mis oraciones? Me tocó animarla lo mejor que pude con la ayuda de Dios. No fue fácil para ella, pero logró con el favor del Señor salir de esa crisis, después de varias operaciones quirúrgicas y hoy continúa activa dentro del pueblo de Dios.

Lo que le pasó a esta hermana puede pasarnos a nosotros y de hecho nos pasa a veces. Los jóvenes son especialmente vulnerables al desánimo en la vida de fe. Un joven fácilmente acepta el Evangelio, se entusiasma y enamora de Jesús, pero con la misma facilidad se puede desalentar, sino basa su fe sobre fundamentos sólidos y uno de ellos es la oración.

La pluma inspirada nos dice que “la oración es una necesidad porque es la vida del alma. La oración en familia, la oración en público, tienen su lugar, pero es la comunión secreta con Dios la que sostiene la vida del alma” (La Educación, 252).

Siendo esto así debemos concentrar todas nuestras fuerzas en cultivar este maravilloso regalo del cielo y orar cada día para crecer en amor y santidad. Una pauta importante a seguir diariamente es esta: “Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: “Tómame ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo, y sea toda mi obra hecha en ti”. Este es un asunto diario. Cada mañana conságrate a Dios por ese día. Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia. Sea puesta así tu vida en las manos de Dios, y será así cada vez más semejante a la de Cristo” (El Camino a Cristo, 69, 70).

Querido joven te invito a analizar distintos aspectos sobre la oración que Dios escucha y que te ayudarán a crecer en la vida espiritual, porque también hay oraciones que no llegan al cielo.

Orar pidiendo sea hecha la voluntad de Dios

La Palabra de Dios nos asegura que cuando un creyente sincero que está dispuesto a hacer la voluntad divina, se dirige al trono de la gracia en oración, Dios escucha; pero debe pedir que sea hecha la voluntad divina. La mayoría de las veces oramos por asuntos que nos preocupan o por algo que queremos recibir y tenemos preconcebida en la mente la idea de cómo debe ser la respuesta de Dios. Por ejemplo queremos comprar una casa y pedimos a Dios que sea la que nosotros hemos elegido, sin darle opción a que nos responda si nos conviene que sea esa o no. Otro ejemplo, nos gusta una chica o un chico y oramos a Dios para que esa relación se consolide, sin darle opción a que nos responda si nos conviene o no, porque Dios conoce el corazón y Él mejor que nadie puede contestarnos si seguir alentando esa relación o no.

Jesús, que es nuestro ejemplo en todo, pidió al Padre tres veces que le evitara tomar la copa (Mat. 26:36-40). No es que el Señor Jesús tuviera miedo a morir sino que la copa representa la ira de Dios que iba a ser descargada sobre Cristo como Cordero expiatorio del pecador (Jer. 25:15-16). La humanidad de Cristo rehuía esta terrible responsabilidad, pero el Salvador era consciente que no había otro camino para salvar a los perdidos, por eso añadió en sus tres oraciones la expresión “pero sea hecha tu voluntad”. “Ésta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Jn. 5:14). (Nueva Versión Internacional).

Orar pidiendo conforme a la Palabra de Dios
Uno de los aspectos más importantes de la oración es querer hacer la voluntad de Dios expresada en su Palabra. Si oramos viviendo en la trasgresión, si no deseamos amoldar nuestra vida a un “así dice el Señor” ni queremos cambiar, nuestra oración servirá de poco o nada: Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Sal. 66:18). (Reina-Valera 1960). Por ejemplo oramos por una relación de pareja pero la persona no es de la iglesia o porque nos atrae físicamente o pedimos a Dios si podemos aceptar un trabajo en sábado u oramos para que Dios nos responda si podemos ir a un baile de la escuela, o si podemos comer carne, o que nos toque la lotería, o pedir la victoria del equipo de fútbol tal o cual, esto es pedir mal y sobre este asunto dice la Escritura: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Sant. 4:3). Cuando se vive en el pecado éste estorba nuestra oración; otra cosa es que pidamos a Dios que nos ayude a vencer el pecado.

A veces aparecen en films o historias, cristianos, sacerdotes o pastores, que oran pidiendo en una guerra la victoria de su ejército; personas que practican deportes extremos en los que ponen en riesgo su vida y que oran antes de saltar al vacío practicando jumping, o que se lanzan desde una gran distancia al mar haciendo un picado, o que escalan montañas altas, o hacen carreras de motos o coches a gran velocidad o practican el parapente o el salto BASE que consiste en saltar al vacío con un traje especial con alas que permiten planear. Esto es poner en riesgo la vida innecesariamente; otra cosa sería que tuviéramos que escalar una montaña en una desesperada huida contra los cristianos. Conocer la voluntad de Dios expresada en su Palabra nos ayudará a no cometer el error de pedir mal.

Orar cultivando la vida devocional

Pretender que Dios nos escuche sin que de nuestra parte estemos dispuesto a escucharle estudiando su Palabra es un grave error. Si no manifestamos ningún interés por amar la Biblia, conocerla, entenderla y ponerla en práctica, va a ser complicado que Dios conteste la oración. “El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Prov. 28:9). La Biblia es la lámpara que guía nuestros pies por el camino de la vida. Si no la leemos ni estudiamos, no tendremos luz, porque la fe, la esperanza, la estabilidad espiritual viene por el oír de la Palabra de Dios (Rom. 10:17).

“Todos los que no escudriñan fervientemente las Escrituras, ni someten todo deseo y propósito de la vida a esa prueba inefable, todos los que no buscan a Dios en oración para obtener el conocimiento de su voluntad, se extraviarán seguramente de la buena senda, y caerán bajo la seducción del enemigo” (Testimonios para la iglesia, 179).

Orar perseverantemente

La oración esporádica y superficial no nutre el alma ni nos eleva al cielo. ¿Podemos pretender que alguien nos tome en serio si está a nuestro lado y le hablamos una vez al mes? La oración constante, sincera y llena de fe nos capacitará para aprender a orar inteligentemente a Dios y según conviene. Jesús aconsejó a sus discípulos a orar sin desfallecer: ”Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mat. 26:41). Podemos acostumbrarnos a orar cuando las cosas van mal o tenemos grandes necesidades; pero la Biblia nos enseña a “Orar sin cesar”, en todo tiempo, lugar y circunstancia (1 Tes. 5:17).
Orar sin dudar

Si cuando nos dirigimos a Dios lo hacemos titubeando, con dudas, sin creer que la oración se cumplirá, vana será la súplica. Debemos aprender a pedir con fe, creyendo que Dios va a escuchar y responder: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Sant. 1:6-7).

Orar habiendo perdonado

Si en nuestro corazón albergamos odio o enemistad contra alguien, no hemos comprendido el Evangelio del amor de Cristo. Si no estamos dispuestos a perdonar a quienes nos ofendieron, ¿cómo podemos pretender que Dios nos perdone a nosotros? Si hay algo pendiente con alguna persona debemos hacer todo lo posible por encontrarla y reconciliarnos con ella, al menos hacer de nuestra parte: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mat. 5:23-24).

Esto se aplica también a los matrimonios. Si los cónyuges se enojan uno con otro y se guardan rencor, si discuten constantemente y no hacen nada por remediar su situación, su oración también es estorbada (1 Ped. 3:7). Un cónyuge que trata mal a su esposa o viceversa, no puede pretender que Dios le escuche si no corrige su actitud. También vale para los abusadores, controladores, egoístas, sembradores de calumnias, criticones, orgullosos. Todas estas cosas son frutos de la carne y como tal está sentenciado a perecer. Pero podemos pedir en oración que Dios cambie nuestro corazón. Esto es un excelente motivo para orar y debemos poner todo nuestro empeño, con la ayuda del Espíritu Santo, para apartarnos del mal.

Orar con un corazón bien dispuesto
A veces los cristianos oran por obligación porque no tienen tiempo para presentarse delante de Dios en oración. Muchos sienten fastidio o pereza a la hora de orar. Los quehaceres, diversiones y preocupaciones de la vida ahogan el deseo de orar y se descuida al punto la oración que pueden pasar días y semanas sin hablar con Dios. Esto es un grave error. Orar por obligación o descuidar la oración nos priva del placer de tener una audiencia con Dios diariamente y de recibir el influjo del cielo. Propongámonos de crear el hábito de orar, así como de leer la Palabra de Dios diariamente. Serán muchas las bendiciones que recibiremos: “Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos” (Sal. 84:10).

Orar aún en los momentos que no tenemos ganas de orar
Puede ser que por determinadas circunstancias caigamos en el pozo del desánimo y descuidemos la oración. Pero esto es un error. Cuando llegamos a la situación de no tener ganas de orar, de estar desmotivados, entonces es el momento de orar más: “Oremos mucho más cuanto menos sintamos la inclinación de tener comunión con Jesús. Si así lo hacemos, quebraremos las trampas de Satanás, desaparecerán las nubes de oscuridad y gozaremos de la dulce presencia de Jesús” (Exaltad a Jesús, 366).

Querido joven, espero que con el favor de nuestro buen Dios, hagamos todos un esfuerzo más intenso por beneficiarnos del maravilloso don de la oración; Dios está esperando que le hablemos cada día; desea entrar en una íntima comunión con cada uno de nosotros. Por eso «Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo… La oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia» (El camino a Cristo, 93, 95).

Que el Señor te bendiga ricamente y conceda su paz y amor. Amén.

José Vicente Giner
Pastor y director del Departamento de Jóvenes de la Asociación General