El poder de la lengua

Noviembre 2021

Mis queridos jóvenes:

Hace dos mil quinientos años los médicos griegos descubrieron que se podía curar con las palabras; pero esto ya lo había descubierto el sabio Salomón, quien dijo: “La vida y la muerte dependen de la lengua“ (Prov. 18:21). (DHH). Los investigadores modernos han descubierto que lo que hablamos influye sobre los demás y sobre nosotros mismos. Así es que, si nuestro lenguaje es soez e irrespetuoso, negativo y desconsiderado, produciremos sombras y dolor; mientras que, si usamos palabras apropiadas, llenas de vida, de amor y comprensión, infundiremos paz y bien.

Las palabras que edifican

Las palabras afectan al sistema inmunitario, la salud física y el ánimo del individuo. Pero no sólo las palabras, sino la actitud de vida, el comportamiento y la forma de ser de la persona. La simple exposición a expresiones negativas, “no hay salida“, “no se puede“, “es imposible“, “ella no tiene remedio“, “te odio“, etc., aumenta los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Nuestro lenguaje, junto con actitudes y modos de ser, tiene impacto en cómo nos desenvolvemos en la vida y deja marcas en nuestro cuerpo. Recuerdo que cuando era joven, trabajaba con un señor que siempre estaba maldiciendo y usando términos soeces y de mal gusto. A nadie le gustaba estar con él y menos a mi, pero no tenía otro remedio. Me esforzaba por ser educado con él, aunque no se lo merecía. En cualquier situación, fuera buena o mala, surgía de su boca la palabra que quebrantaba el ánimo de los oyentes. No era una persona fea, pero sus palabras malhumoradas habían provo–cado un fruncimiento permanente del ceño, arrugas en la comisura de sus labios y bajo sus ojos a pesar de que no era muy mayor. Su mirada era despreciativa y a veces burlona e irónica. Nunca me olvidaré. Después que dejé de trabajar con él, supe que había muerto. Quiero pensar que en algo le puede ayudar a mitigar su amargura.

Dependiendo cómo usemos nuestro lenguaje así será la calidad de nuestra vida. Jesús enseñó: “Lo que uno dice brota de lo que hay en el corazón“ (Luc. 6:45) (NTV), es decir, que lo que hablamos es una muestra de lo que hay en la mente. A la gente que no le gusta nada el futbol, no los oirás jamás hablar de este entretenimiento universal. Conozco a una persona que siempre que puede me hace referencia a tal o cual equipo de futbol o al último fichaje realizado por su equipo favorito. Yo le recuerdo siempre que no me interesa el asunto, pero se olvida y vuelve a “recrearse“ en la pasión que abriga en su mente.

Si vivo en lo superficial, vulgar o banal, mi lengua hará referencia a ello; de hecho en las prisiones, que por cierto he visitado bastante, se escucha un lenguaje muy crudo entre los reclusos. Si usamos palabras negativas, nuestra vida se teñirá del color que profieren las mismas. Cualquier vendedor experto sabe que el uso de ciertos términos atrae al potencial cliente, mientras que algunas palabras lo alejan. El apóstol Pablo conocía perfectamente el poder que hay en la lengua, por eso expresó: “No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan“ (Efes. 4:29). (LBLA).

Las buenas palabras convencen, disuaden, elevan, animan, esperanzan, mueven a la acción… Por el contrario, las palabras inadecuadas, desaniman, alejan, hieren, destruyen, negativizan, etc. El poder de una palabra sólo se puede medir por los resultados que provoca. Existen palabras que tienen como cierta música agradable al oído. Nada más pronunciarlas con la entonación debida, ejercen una influencia psicológica buena sobre el oyente y sobre quien las pronuncia: Felicidad, vida, amor, perdón, bienestar, ganancia, belleza, salud, armonía, unidad, paz, esperanza, juventud, alegría, éxito, cómodo, aprecio, amistad, etc. Pero volvemos a hacer énfasis que no sólo es la mera palabra la que produce el efecto, sino habría como cierta magia en el asunto. Es la actitud que adoptamos, la forma de mirar, el tono de nuestra voz, lo que hay en el corazón.

Corazones y labios transformados

Hay personas que usan palabras muy buenas, pero nada más. Su corazón puede estar tan distante del sentido de las mismas como el oriente está del occi–dente. Vamos que, uno puede decir a otra persona que la ama, que es su cielo, úni–co amor y cosas parecidas y maravillosas, pero estar traicionándola. Lo que impli–ca que lo que decimos no sólo debe ser bonito sino nacer de un corazón honesto. Esto es lo que nos enseña el espíritu de profecía: “Del corazón y los labios santifi–cados fluirán palabras amables, tiernas y compasivas“ (Matutina Hijos e Hijas de Dios, 182).

Un cristiano que tiene una buena relación con Dios habrá logrado dominar el uso de su lenguaje o estará en camino de ello; porque el Espíritu Santo transforma de dentro hacia fuera. Cuando nos consagramos a Dios comienza una obra de purificación que afecta nuestro modo de ver la vida, de tratar a los otros, de hablarles. Comprenderemos que lo que decimos provoca reacciones buenas o malas, y que es nuestro deber decir palabras que animen y esperancen.

Santiago nos advierte que debemos controlar nuestra lengua, porque esta, aunque pequeña, posee un gran poder: “Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, se jacta de grandes cosas. ¡Pues qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego!“ (Stg. 3:5). (NBLA). He conocido a hermanos carnales distanciarse por causa de cosas que se han dicho; he visto en reuniones de amigos cómo una palabra o expresión apresurada e imprudente, ha encendido los ánimos de los participantes. Existen personas que hablan sin pensar lo que dicen y otras que dicen todo lo que piensan sin considerar las reacciones que producirán en los demás. Las emociones y sentimientos del momento también pueden condicionar nuestro lenguaje. Alguien me comentó que se había enfadado con su esposa y decidió contar su indignación en las redes sociales. Increíble.

No es una buena idea dejarnos llevar por emociones y sentimientos que nos invaden porque estos son tan cambiantes como el tiempo. Una emoción y un estado de ánimo son cosas diferentes. Puede ser que estemos tristes por algo que hemos vivido, eso es normal. Cuando perdí a mis padres me invadió la tristeza, pero tuve que superar esas emociones que producían en mí abatimiento, porque una cosa es estar triste como reacción natural a un acontecimiento que nos golpea y otra es decidir estar triste todos los días, porque esto afecta nuestro lenguaje y produce daño en el cuerpo y la mente.

Otro aspecto importante a considerar es que no debemos reaccionar mal o enfadarnos cuando alguien nos dirige palabras hirientes. Puede ser que la persona esté pasando un mal momento, o tal vez no quiso decir lo que dijo o la persona perdió el control y la compostura. Es un poderoso signo cristiano el devolver bien por mal (1 Ped. 3:8-9) y el acabar con la antigua ley del “ojo por ojo, diente por diente“ tal y como nos enseñó el Señor Jesucristo. Además, también nos gustaría que nos perdonaran o comprendieran cuando adoptamos una actitud y lenguaje inapropiados.

Conclusión

Querido joven, las palabras que decimos tienen poder. Deberemos, pues, colocarnos en las manos del Artífice Divino, para que él nos trasforme a su imagen. De un corazón regenerado surgirá un lenguaje que bendecirá, inspirará, esperanzará y ayudará al oyente. Tomemos como guía a nuestro Salvador: “Las palabras del Príncipe de los Maestros serán una guía para sus colaboradores hasta el fin“ (La Educación, 82). ¿Te gustaría que fuera así? ¿Tú qué piensas?

José Vicente Giner

Pastor y director del Departamento de Jóvenes
de la Asociación General

Para la reflexión:

  1. ¿Cómo podrías definir qué es el lenguaje?
  2. ¿Qué puedes comunicar con las palabras?
  3. ¿Qué es lo que le da calidad a las palabras?

Versiones bíblicas usadas:

DHH Dios Habla Hoy

LBLA La Biblia de las Américas

NBLA Nueva Biblia de las Américas