La conquista del carácter

Abril 2023

Mis queridos jóvenes:

Os invito a reflexionar sobre el texto de Proverbios 23:26, “Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos se deleiten en mis caminos” (LBLA). Aquí el Señor nos pide que le demos el corazón, ¿qué significarán estas palabras? Veamos. El Everest es el lugar más alto del mundo situado a 8848 metros de altura sobre el nivel del mar, entre la frontera de Nepal y Tibet. Muchos escaladores y lugareños han muerto intentando conquistar el pico más alto del mundo, quedando para siempre sepultados en sus nieves y acantilados, sin embargo, otros han logrado coronar su cima con éxito.

La conquista más grande de todas

Los grandes logros de la humanidad, como conquistar el Everest, viajar por el espacio, construir las pirámides de Egipto, realizar inventos como el automóvil, el avión y otros, no son las conquistas más importantes del ser humano como cabría esperar. Los seres humanos venimos a este mundo con un reto que enfrentar, es decir una conquista que lograr; se trata de la conquista de nuestro carácter.

A veces se oye decir a la gente, justificando sus errores y faltas de carácter: “¿Qué voy a hacer? Yo soy así, ese es mi carácter”. En realidad podemos hacer mucho con la ayuda de Dios para moldear nuestro carácter conforme al carácter de Cristo. El carácter no es algo que se nos da cuando nacemos, sino que se va construyendo según la educación que recibimos en el hogar, las impresiones del medio ambiente, la cultura imperante, las decisiones que tomamos en la vida, etc. El carácter, pues, es lo que nos diferencia de los demás, mientras que el temperamento lo recibimos al nacer.

Cuántas personas logran grandes éxitos en el área profesional o artística, hacen cosas que el mundo aplaude y alaba con entusiasmo y sin embargo no han logrado conquistar su carácter, muestran rasgos que son deplorables, como el mal humor, ira, descontento, odio, mentira y otros. La conquista del carácter tiene que ver con el parecerse cada día más a Cristo y esto se logra a través de las decisiones que tomamos, con los pensamientos y creencias que decidimos albergar, con las emociones y sentimientos que experimentamos cada día, con nuestros actos. El filósofo Platón: “La conquista de sí mismo es la mayor de las victorias” y tenía razón.

La triste realidad es que nuestro corazón está corrompido por el pecado, apegado a las cosas inútiles de este mundo, prisionero de pasiones pecaminosas y no podemos conquistar nuestro carácter con nuestras propias fuerzas, necesitamos ayuda. Esta es nuestra real condición, por eso hemos dicho que la mayor conquista de cada ser humano es lograr un cambio genuino del corazón. Para eso vino Cristo a este mundo, su vida y obra es el mejor ejemplo que se nos ha dejado para imitar y Dios nos pide que conformemos nuestra vida a la de nuestro modelo divino, la vida del Señor Jesucristo. Por eso Jesús nos invita a imitarle, a aprender de Él: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat. 11:29). (RVR1960). Según estas palabras nuestro objetivo debe ser tener el carácter de Cristo. Si nos fijamos en los humanos tendremos muchas razones para enorgullecernos, porque todo el mundo está lleno de defectos y siempre vamos a encontrar a alguien que tenga más que nosotros; pero el modelo a imitar es Cristo, el que no tuvo defecto alguno ni se halló engaño en su boca.

Seres trasformados

¿Pero cómo lograr, querido joven, esta conquista que es miles de veces más difícil que escalar el Everest? Si Dios no tuviera los elementos necesarios para ayudarnos a realizar esta obra no nos lo pediría y si nos lo pide es que a través de su poder sí que podemos lograr escalar y dominar nuestro corazón egoísta. Este mensaje que presentamos no pretende ser una utopía o algo que sirva para gratificar el oído de los oyentes, en realidad nos basamos en la misma Palabra de Dios para creer que así será. Es la palabra de nuestro Creador la que está comprometida y si Él lo ha dicho será posible con su ayuda porque Dios no miente.

Para mostrarnos que es posible someter nuestro carácter malo y reflejar el carácter de Cristo nos basaremos en una historia bíblica, la del apóstol Juan; a este hombre que se le conoce normalmente por ser el discípulo del amor, el autor de las maravillosas enseñanzas que aparecen en el Evangelio, en sus epístolas y en el Apocalipsis, el apóstol de la ternura y de la compasión. Pero pocos son los que reflexionan sobre la vida de Juan antes de la conquista de su carácter.

Juan era era tan impulsivo y explosivo que Jesús lo llamó: “Hijo del trueno” (Mat. 3:7). El trueno es un ejemplo muy gráfico y claro para describir un carácter explosivo e indomable de Juan. En realidad, la mayoría de personas, cuando se nos oprime o nos hacen alguna injusticia o nos maltratan, tendemos a explotar, perder el control… ¿A cuántos de nosotros se nos podría llamar “hijo del trueno”?

Juan era también egoísta, quería el primer lugar en el grupo de los doce apóstoles, anhelaba la preeminencia, destacar, dirigir, controlar, su yo estaba muy desarrollado. Recordemos que la madre de Juan le hizo la petición a Cristo de que sus dos hijos ocupasen los puestos de mayor importancia, los dos a los lados del Salvador, uno a la derecha y el otro a la izquierda, en el nuevo reino que el Maestro estaba por establecer según se creía. ¿No es el egoísmo una de las plagas que más destruyen a los humanos, nuestros matrimonios, nuestros hijos, familias, sociedades, empresas y aún la iglesia?

Juan era violento, como lo demuestra el hecho que una vez le sugirió al Salvador de quemar a unos samaritanos que no aceptaron recibir a Cristo: “Al ver esto, sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma?” (Luc. 9:54). (LBLA). ¡Qué terrible! ¿Hasta dónde podemos llegar los seres humanos en nuestra ceguera mental? En realidad ¿no dejamos aflorar todos nosotros cierta dosis de agresividad y violencia cuando nos vemos en situaciones que nos desbordan? Nos sorprenderíamos de lo que somos capaces de hacer los seres humanos si nuestro carácter no está controlado por el Espíritu de Dios.

Juan también era criticón y susceptible a la crítica de los demás, exclusivista y poseía aires de grandeza. ¡Cuántas cosas tenía que cambiar Juan! Bueno, pues a pesar de todo eso cambió. Seguro que nadie hubiera dado nada por él.  Así también nos puede pasar a nosotros y no obstante de todo esto, Juan cambió, conquistó su carácter, reflejó a Cristo en su vida de una forma fiel, extraordinaria y de Boanerges pasó a llamarse “el discípulo del amor”. ¿Qué pasó con Juan? Querido joven, quiero compartir contigo de forma sintética, lo que la Biblia enseña acerca de la transformación del corazón.

Una obra de Dios en el alma humana

En primer lugar, Juan se relacionaba con Cristo, aprendió a seguirlo, lo dejó todo por estar a su lado y conocerle. Se apasionó del Evangelio, su vida estaba impregnada de la influencia del Salvador.

En segundo lugar, Juan estaba listo para detectar y aceptar sus propios errores. Es más fácil ver el defecto ajeno que el propio. Pero los que están listos para reconocer sus propios defectos tienen más posibilidades de cambiar.

En tercer lugar, Juan tenía un vivo deseo de mejorar su carácter. Los que ponen todo empeño en cambiar su carácter, con la ayuda de Dios, están en el camino del éxito.

En cuarto lugar, Juan aprovechaba cada lección que Cristo impartía: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). (RVR1960).

En quinto lugar, Juan trabajaba su voluntad en la dirección correcta. “Dios nos ha dado la facultad de elección; a nosotros nos toca ejercitarla. No podemos cambiar nuestros corazones… Pero sí podemos escoger el servir a Dios; podemos entregarle nuestra voluntad, y entonces él obrará en nosotros el querer y el hacer según su buena voluntad. Así toda nuestra naturaleza se someterá a la dirección de Cristo. Mediante el debido uso de la voluntad, cambiará enteramente la conducta. Al someter nuestra voluntad a Cristo, nos aliamos con el poder divino. Recibimos fuerza de lo alto para mantenernos firmes” (La Temperancia, pág. 100). (Año 1905).

No es que Juan ya no cometió ningún error más en su vida, o que fuera completamente perfecto, sino que logró asemejarse a Cristo. Pero, querido joven, mientras vivamos nunca terminará el proceso de santificación, siempre habrá nuevas metas que alcanzar. No quiero decir que ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto; pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, puesto que Cristo Jesús me alcanzó primero” (Fil. 3:12). (DHH).

Conclusión

La Biblia llama a este proceso “santificación”. Es una promesa y está a nuestra disposición, si lo deseamos.

“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ez. 11:19-20). (RVR1960).

Querido joven, te invito a emprender, si no lo has hecho ya, la obra de tu vida: Conquistar tu corazón, construir un carácter como el de Cristo, es lo que más feliz te hará, te lo garantizo. Dios te bendiga y te lo conceda.

© José Vicente Giner

Pastor y director del Departamento de Jóvenes
de la Asociación General

Para la reflexión personal y en grupo:

  1. ¿Cuál es la conquista más grande del ser humano?
  2. ¿Por qué fracasan los medios humanos para lograr esta conquista?
  3. ¿Cómo podemos lograr llevar a cabo esta conquista?
  4. ¿Qué hizo Juan el discípulo del amor para lograrlo?

Versiones bíblicas usadas:

LBLA La Biblia de las Américas

RVR1960 Reina-Valera 1960

DHH Dios Habla Hoy