SEMILLEROS DE ESPERANZA

37. VOLVEOS A MI

Objetivos:

  1. Tomar el ejemplo del Manasés para ilustrar un ejemplo de maldad extrema.
  2. Entender que Dios no desecha a nadie, ni a los más pecadores, como Manasés, si se vuelven de sus malos caminos.
  3. Saber que esa obra no es del humano sino del Espíritu Santo obrando en el corazón.
  4. Ser conscientes de que no hay casos desesperados, si no personas que no desean volver a Dios, porque el que vuelve halla cobijo y bienvenida.
  5. Instar a todos a volver a Dios, si alguien se alejó de Él.

 

Introd.

  1. La Biblia nos habla de un hombre que llegó a ser muy malo. Tal vez uno de los más malos de la tierra. Era un rey que reinó sobre Judá del 697 al 642 a. C. Tenía 12 años cuando comenzó y fueron 55 años los que estuvo en la regencia. Era hijo del Rey Ezequías y padre de Amón, quien también hizo lo malo ante los ojos de Jehová. Sus pecados fueron innumerables y muy graves. Se alejó de Dios y sus iniquidades nos dejan sorprendidos hasta hoy día.
  2. ¿Cómo trata Dios a las personas que se apartan de sus caminos? ¿Tiene algún método para hacerlas regresar? ¿Puede que exista algún pecado que nos impida relacionarnos nuevamente con Dios, a parte del que se hace contra el Espíritu Santo? ¿Cómo trata Dios a los pecadores arrepentidos? ¿Ama Dios a los pecadores, aun a este hombre del que estamos hablando? Al estudiar la historia de Manasés descubriremos las respuestas a estas preguntas.

I. EN LAS SIMAS PROFUNDAS DEL PECADO

  1. Lista de algunas de las maldades del rey Manasés (2 Crón. 33:1-9; paralelo con 2 Rey. 21). Tuvo buen ejemplo de su padre Ezequías, pero aun así, copió las abominaciones de las naciones paganas (2 Crón. 33:2).
  2. “La gloriosa luz de generaciones anteriores fue seguida por las tinieblas de la superstición y del error. Brotaron y florecieron males graves: La tiranía, la opresión, el odio de todo lo bueno. La justicia fue pervertida; prevaleció la violencia“ (Profetas y Reyes, 281).
  3. Dios le reconvino, mas Manasés no quiso escuchar (vr. 10). ¿Qué más le que–daba por hacer para deshonrar el nombre de Dios? ¡Qué lejos llegó Manasés! ¡Un hombre malo!

II. EL METODO HUMANO DE RESTAURACION

  1. La historia de Manasés ilustra en gran manera la historia de esta humanidad, de todos los hombres en su naturaleza caída. ¿Por qué muchas personas lle–gan a límites insospechados en su carrera en el pecar? Otros tal vez no lleguen a realizar los pecados de Manasés, pero pecan y están tan condenados por ese rey perverso porque la paga del pecado es la muerte ¿Cómo podemos cambiar?
  2. Muchos son los esfuerzos humanos que se han hecho en todos los tiempos para cambiar el comportamiento malo del ser humano.Terapias sicológicas, que, aunque ayudan, no son la solución. Hitler quiso crear el “hombre perfecto“, la “raza Aria“, pero para esto tuvo que asesinar a millones de seres humanos inocentes.
  3. En EE.UU, aunque existe la pena capital, sigue existiendo la violencia y la criminalidad. Las cárceles de la mayoría de los países del mundo, están aba–rrotadas. Y lo que es peor, raramente se rehabilita a un preso. Cada vez los hombres se degradan más: “La paz perfecta, un mundo sin conflictos, es una ilusión“ (Richard Nixon, expresidente de los EEUU).

III. EL METODO DIVINO DE RESTAURACION

  1. Dios tiene un método para restaurar al hombre y aunque Satanás desea hundir al ser humano; Dios, en su amor, desea levantarlo de su degradación, por eso le dice: “Vuélvete a mí porque yo te redimí“ (Isa. 44:22).
  2. Para lograr este objetivo, Dios, permite que nos sobrevengan pruebas. “Las pruebas de la vida son los instrumentos de Dios para eliminar de nuestro ca–rácter toda impureza y tosquedad. Mientras nos labran escuadran, cincelan, pulen y bruñen, el proceso resulta penoso, y es duro ser oprimido contra la rueda de esmeril. Pero la piedra sale preparada para ocupar su lugar en el templo celestial“ (El Discurso Maestro de Jesucristo, 15). 
  3. Esto tiene aplicación en el caso de aquellos que llegan al extremo en el pecado. Con mucha más razón. Dios no desecha, como si fuera basura, a aquellos que se desvían y se hunden en el pecado; al contrario, busca su restauración y es su gloria conseguir por la obra de su Espíritu que los más degradados se con–viertan a la pureza y a la fe genuina.
  4. Así es que, si alguien presenta el argumento de que existen casos perdidos, miremos a Manasés y reflexionemos, querido joven. Dios permitió que el rey de Asiria, Asurbanipal, sucesor de Esar-hadón, enviara a sus generales a Judá y se llevaran cautivo a Manasés a Babilonia (2 Crón. 33:11). Aprisionado con grillos y atado con cadenas, lo llevaron a Babilonia y lo metieron en la prisión (vr. 11).
  5. Manasés pasó de ser un rey, a ser un vil prisionero. De sentarse en la silla del reino, a sentarse en el suelo frío y húmedo de una lúgubre prisión. De ordenar a ser ordenado. Estando en esta condición de humillación absoluta, miró hacia lo alto y se acordó que existía Dios. ¿Ves, querido joven? Lo que por las bue–nas no funciona, funciona bajo el fuego de la prueba. No es que a Dios le encante hacer sufrir a las personas, ni mucho menos. Él desea nuestra felici–dad, pero a veces nos enredamos tanto en el pecado, que creamos una prisión de la que no nos es posible salir por nuestras propias fuerzas.
  6. ¡Cuántos jóvenes, flirteando con el pecado, llegan a límites que no pensaban! Y entonces se dejan llevar por la corriente tempestuosa y se abandonan a su trágico destino. Yo he conocido personas así. Ellos no querían apartarse de Dios, no deseaban vivir sin fe, pero se fueron metiendo poco a poco en el terreno cenagoso del pecado hasta que sus arenas movedizas les fueron tra–gando. 
  7. El pecado es así, atractivo en su forma, en su sabor y olor; promete mucha diversión y placer, pero el precio que se paga es el alejamiento de Dios y una frustración que no se experimenta hasta que uno lo ha perdido todo, como el hijo pródigo. Si el joven o el adulto pudiera ver su final cuando introduce sus pies por la senda del pecar, retrocedería lleno de espanto. Manasés pensó que todo lo que estaba haciendo era satisfactorio, pero el precio que pagó fue muy alto. Si Dios no hubiera intervenido su final hubiera sido catastrófico. Por eso dijimos que necesitan muchos o necesitamos muchos, de las pruebas para despertarnos de nuestro letargo y sacarnos de nuestras angustias.
  8. “Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres“ (vr. 12). La versión Herder de 1967 dice: “Donde viéndose en la opresión, oró al Señor su Dios, y concibió un vivísimo arrepentimiento…“
  9. He aquí al hombre más malo hablando con el Dios más bueno. ¿Sabes que Dios puede permitir que te veas en angustias para que vuelvas tu rostro a él? Las pruebas que nos golpean con violencia en la vida, no son sino instrumentos de Dios para salvarnos de la ruina absoluta. Algunos lo necesitan más que otros, como fue el caso de Manasés, ya que llegó a límites muy extremos. Pero en definitiva todos, en algún momento de la vida, colocamos nuestros pies por terrenos peligrosos y a veces no nos damos cuenta.
  10. Lo bueno de todo esto, querido joven, es que como verás, Dios no abandona a sus hijos por los que entregó a su Hijo Jesucristo. La sensación de que uno está solo en este mundo, es un engaño del enemigo. El pensar que Dios se aleja de aquellos que le dan la espalda, es otra falacia del gran Archiengañador que busca la manera de apartarnos de Dios. 
  11. Es lógico que la prueba duele, el fuego de las dificultades nos quema, pero es todo para sanar y restaurar. Dios controla la intensidad de cada prueba y junto con la prueba nos da la salida (1 Co. 10:13). El cirujano corta la carne del cuerpo humano para sacar el tumor y sanar. Agrede para restaurar. ¿Se en–tiende esto?  
  12. “Por la aflicción, Dios, nos revela los puntos infectados de nuestro carácter, para que por su gracia podamos vencer nuestros defectos“ (El Deseado de todas las Gentes, 268). Todo lo cual nos debe llevar al pensamiento de que cada vez que nos llega el golpe que nos sacude, debemos buscar a Dios de todo corazón y pedirle que nos ayude a no claudicar, y si tenemos algún pecado no confesado, a confesarlo y apartarse por la gracia de Cristo de él. La confesión como fruto del arrepentimiento genuino, obra milagros.

IV. EL GOZO DEL ARREPENTIMIENTO

  1. “Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres“ (vr. 12).
  2. En la angustia, Manasés, revisó su oscura vida pasada; se dio cuenta de que su poder en esos momentos no le servía para nada; de que era polvo; un gu–sano. Reconoció que había levantado su mano contra Dios y le dolió en su corazón haberle ofendido. Experimentó un arrepentimiento sincero.
  3. Oró seguramente como nunca antes lo había hecho. Tal vez  ya hacía años que no oraba. Miró a Dios cara a cara.
  4. “El [Dios] permite que sobrevengan tentaciones, pruebas y aflicciones a sus amados. Son sus providencias, castigos de misericordia para llevarlos de vuelta cuando se apartan de su lado“ (Matutina Nuestra Elevada Vocación,  329).
  5. Dios nos ama tanto que desea estar siempre con nosotros, y cuando nos apar–tamos Él nos busca, nos llama. Este es su lenguaje: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí“ (Is. 44:22). “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera“ (Jn. 6:37). “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará“ (Stg. 4:10).
  6. ¡Vuélvete a Dios, querido joven! No importa lo que hayas hecho, o cuán lejos hayas ido; el Padre te está esperando. Dios te ama tanto que no se cansa de ti, pero debes volver. Levantarte como el hijo prodigo y volver al Padre, no es–peres a mañana, hazlo hoy. Ora desde tu aflicción y dolor y pídele a Dios, a través de Jesús, que te perdone tus pecados. El lo está esperando. Es grande en misericordia.
  7. Fíjate bien lo que dice el Espíritu de Profecía: “Si cometéis errores y sois in–ducidos a pecar, no creáis que no podéis orar, sino buscad al Señor más fervientemente“ (Matutina Nuestra Elevada Vocación, 51).
  8. No hay ningún caso desesperado para Dios; siempre que la persona acuda a los pies de Dios arrepentido. Así hizo Manasés. No permitas, querido joven, que el diablo coloque en tu mente que ya es demasiado tarde, que son muchas las veces que has fallado, que ya no tienes remedio. No, no es así. La mise–ricordia de Dios es infinita y hoy mismo puedes acudir a Dios en procura de perdón.
  9. “La sangre de Jesús ruega con poder y eficacia por aquellos que se han descarriado, por aquellos que están en rebelión, por aquellos que pecan contra la abundante luz y el amor… ¡Oh, preciosa redención! ¡Cuán grande es esta verdad: de que Dios, por el amor de Cristo, nos perdona en el mismo momento en que se lo pedimos con fe viva, creyendo que él puede hacerlo plenamente!“ (Matutina Nuestra Elevada Vocación, 51).
  10. “Quienquiera que bajo la reprensión de Dios humille su alma con la confesión y el arrepentimiento, tal como lo hizo David, puede estar seguro de que hay esperanza para él“ (Patriarcas y Profetas, 786).
  11. Manasés se arrepintió de sus pecados y Dios le perdonó. El arrepentimiento implica el cambio de pensar y de actuar. Así es que el la medida que pudo reparó el mal que había hecho. Y Dios lo restituyó a su trono. Reconoció a Dios (2 Crón. 33:13). Edificó el muro exterior de la ciudad de David (vr. 14). Quitó los dioses ajenos, y el ídolo de la casa de Jehová (vr. 15). Quitó todos los al–tares (vr. 15). Reparó el altar de Jehová y sacrificó sacrificios de ofrendas de paz y de alabanza (vr. 16).

CONCLUSION

  1. Manasés fue muy lejos en sus pecados. Dios permitió que viniesen pruebas en su vida. En la aflicción se arrepintió y pidió perdón al Señor. Dios lo perdonó y lo restituyó a su trono.
  2. Tal vez hemos llegado lejos y por esta razón nos han sobrevenido pruebas. Tal vez tenemos defectos de carácter de los cuales no nos damos cuenta y el Señor desea mostrárnoslos, por eso permite pruebas.
  3. Humillémonos delante del Señor arrepintiéndonos de nuestros pecados. Pidámosle al Señor que transforme nuestro corazón y nos otorgue el verdadero arrepentimiento que obra por el amor y purifica el alma. Amén.

© José Vicente Giner