La Batalla de Dios

Augosto 2020

Mis queridos jóvenes:

Os saludo en el nombre del Señor Jesucristo y pido que sus bendiciones, amor y dirección sean sobre vosotros en abundancia.

¿Dónde se ha visto en esta tierra que un general pelee él sólo contra el enemigo, sin necesitar que sus hombres intervengan y que gane la batalla? Es algo inviable… Pero se ha dado y aún se da aunque parezca increíble y lo vamos a ver.

El yugo de la esclavitud

En el libro de Éxodo se narra la historia de la salida del pueblo de Israel de Egipto. Cada israelita era un esclavo en el país de los faraones durante más de cuatrocientos años. Su vida era desdichada. No tenían ningún derecho, no eran respetados y su yugo de servidumbre hacía de su vida una experiencia amarga. Su condición de esclavitud no llegó de la noche a la mañana, sino que al principio, cuando llegaron a habitar en Egipto, eran un pueblo libre, bendecido y protegido por el faraón reinante, gracias a José que fue elegido por Dios para bendecir a Egipto pero especialmente para preparar el camino a su familia que iba a convertirse en el futuro en un pueblo numeroso y peculiar.

Por el tiempo, cuando murió José, sube al trono un Faraón que no reconoce la obra que había hecho José a favor de Egipto, ni a su Dios ni a su pueblo: Pasado el tiempo, subió al trono de Egipto un nuevo rey que no se sintió comprometido con los descendientes de José“ (Éx. 1:8). (NBV). Los descendientes de Abraham terminaron siendo esclavos en un país extranjero, bajo la autoridad de un Faraón que se negó a seguir concediendo derechos y privilegios a ese pueblo. Su cruda realidad se describe con las siguientes palabras: “Los egipcios hicieron servir a los israelitas con dureza“ (Éx. 1:13). (RVR1960). El apóstol Pablo nos dice que la experiencia de Israel sirve para nuestra enseñanza o ejemplo (1 Cor. 10:6, 11). ¿Qué aplicaciones prácticas encontramos en la historia que nos ocupa?

Creados para ser libres

Adán y Eva fueron creados para ser libres, completamente felices, bendecidos y amados por Dios. Pero decidieron pecar y así se colocaron bajo el yugo del diablo que pasó a ser su nuevo Faraón. La serpiente antigua o Satanás les prometió que si desobedecían a Dios no ocurriría nada malo sino que serían como su Creador, dicho de otra manera, que entrarían en una nueva dimensión de vida que les haría más felices y poderosos, pero nada más alejado de la realidad: Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció“ (2 Ped. 2:19). (RVR1960).

El nuevo Faraón del ser humano convirtió este mundo en su reino de tinieblas. El pecado nos esclaviza, nos roba la libertad y nos lleva a la muerte (Rom. 6:23). El mundo vive en abierta transgresión de la Ley de Dios y los resultados terribles son obvios. En general se cree que al vivir como a cada uno le place, sin considerar la voluntad divina, se alcanza la felicidad plena porque no hay nada que restrinja la libertad. Pero esta es la gran mentira de Satanás. Recordemos que el diablo es llamado en la Biblia: “Padre de la mentira“ (Jn. 8:44).

Nuestros primeros padres, no sólo perdieron su libertad sino su comunión directa con Dios, su santidad, su hogar edénico, su inocencia, su amor incondicional y trasmitieron una naturaleza pecaminosa a todos sus descendientes. Su acción nos afecta a todos los seres humanos, por eso Pablo dice: “Todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios“ (Rom. 3:23). (DHH).

La gran liberación

En su nueva condición de esclavos, los israelitas clamaron a Dios y los liberó con mano poderosa, quebrantando así el poder del Faraón. El rito que el Señor usa para liberar a su pueblo de la décima plaga y sacarlo fuera de Egipto, es la muerte de un cordero y el uso de su sangre para untar el dintel y postes de las puertas de los hogares hebreos (Éx. 12:22). El cordero y su sangre son un símbolo de la muerte expiatoria de Cristo y por tanto la presentación de la doctrina de la justificación por la fe. Cualquier esclavo hebreo que aceptara cumplir con el rito que Dios estableció, estaba declarando con ello su fe en la sangre expiatoria de Cristo que un día sería derramada por todos los hombres en el Calvario.

Todo el sistema sacrifical que Dios estableció en el Antiguo Testamento, era una preparación para la venida del verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. No era un asunto nuevo para los hebreos, desde la época de los primeros padres, pasando por la era patriarcal, el sacrificio del cordero había estado presente como medio para alcanzar el perdón de Dios. Cualquier persona que acepta a Cristo como su Salvador personal, es justificada por medio de su sangre, perdonada y liberada, porque Cristo es la verdad y sólo la verdad nos hace libres (Jn. 8:32). “La sangre de Jesús Su Hijo, nos limpia de todo pecado“ (1 Jn. 1:7). (NBLA).

A este nivel del presente escrito ya hemos contestado a la pregunta de la introducción: El General que lucha por su ejército sin que éste luche, es Dios.

Tú y yo y cada ser humano que viene a este mundo, puede, en Cristo, vencer al enemigo, es decir al diablo, confiando en los méritos del Salvador. El Señor Jesús murió en la cruz para que nosotros tengamos vida y seamos librados de la condenación de la Ley. Jesús pisó la cabeza de la serpiente al morir sin haber cometido un solo pecado. Así, su victoria, por la transacción espiritual de la justificación imputada, es nuestra sin haber lidiado la batalla: “Porque por gracia habéis sido salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras para que nadie se glorie“ (Efes. 2:8-9). (LBLA).

Cuando la hueste hebrea sale de Egipto, llega a las orillas del Mar Rojo y el Faraón junto con su ejército les siguen. Faraón no quiere perder a sus esclavos. El diablo no quiere perder a ninguno de aquellos a los que ha esclavizado: “La gran controversia entre Cristo y Satanás, sostenida desde hace cerca de seis mil años, está por terminar; y Satanás redobla sus esfuerzos para hacer fracasar la obra de Cristo en beneficio del hombre y para sujetar las almas en sus lazos“ (El Conflicto de los Siglos, pág. 509).

Los israelitas llegan a la conclusión de que han sido liberados de Egipto para cavar su tumba en el desierto. A un lado está el Mar Rojo, imposible cruzarlo. A otro lado una cordillera de montañas, imposible franquearla. A otro lado Faraón y su ejército. Imposible de hacerles frente. No había escape. Esta “colección“ de “imposibles“ hace que las huestes de Israel se desesperen y reprochen a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto?“ (Éx. 14:11). (RVR1960).

En la vida existen situaciones complejas de las que no podemos salir solos. Aún después de bautizarnos llegará el momento en el que nuestra fe deberá ser probada. Muchos se desesperan en estos momentos de dificultad y se quejan de Dios y de su suerte, preferirían no haber conocido a Cristo y seguir en su esclavitud de antaño, como los israelitas. Éstos podrían haber orado y confiar en su General que hasta esos momentos los había guiado con éxito. Pero prefirieron entregarse al desánimo y a la desesperación: “Mejor sería habernos quedado en Egipto, ser esclavos… y no morir en el desierto“ (Éx. 14:11-12). (RVR1960). ¿Era mejor ser esclavos en Egipto? ¿Vivir bajo la dura servidumbre del Faraón? No, decididamente no.

La justicia impartida

Es que el diablo no quiere que seamos libres del pecado. Tratará de hacernos creer que dejarle a Él y su reino faraónico es una mala decisión. Por eso muchos vuelven a Egipto. He conocido a personas que dejan a Cristo, la iglesia, la fe singular que Dios nos regala y se van a practicar los pecados que antes les dominaron.

Los momentos angustiosos en los que nuestra fe va a ser probada van a llegar, ¿qué deberemos hacer? La promesa es que nuestro amado General luchará por nosotros. El ejemplo o garantía lo encontramos en la historia de Israel. Sin ninguna salida para escapar de una muerte segura, el Señor inter–vino y abrió el Mar Rojo y así las huestes de Israel pudieron pasar en seco. Así lo expresa una versión moderna de la Biblia: “Moisés les respondió: —¡Tran–quilos, no tengan miedo! Ustedes no se preocupen, que van a ver cómo nuestro Dios los va a salvar. A esos egipcios que hoy ven, no volverán a verlos nunca más, porque Dios peleará por ustedes“ (Éx. 14:13-14). (TLA).

Aquí vemos claramente la obra de la gracia de Cristo, después que hemos sido librados del yugo del pecado, cuando nos ocurre lo mismo que a los Israelitas, el Señor nos garantiza que peleará por nosotros. Esta es la justificación por la fe en su fase de justicia impartida. Es el poder de Dios obrando en nosotros para no derrumbarnos, ni rendirnos, ni desanimarnos, sino que nos capacita para vencer el pecado. No necesariamente tenemos que regresar a Egipto, podemos vencer en Cristo nuestras tendencias heredadas y adquiridas. “La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida. La primera es nuestro derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el cielo“ (Review and Herald, junio 4, 1895).

Pablo lo enseña: “Ustedes no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla“ (1 Cor. 10:13). (DHH).

Conclusión

Querido amigo, esto no significa que tú debas estar pasivo en el plan de redención. A nosotros nos corresponde aceptar las promesas de Dios, ejercer fe en que Dios, en Cristo, nos dará la victoria sobre el pecado y quedar tranquilos, es decir tener confianza de que va a ser así, sabiendo que Dios ha peleado la batalla contra el enemigo y lo ha vencido. No existe problema de una magnitud tan desmesurada que Dios no pueda solventar en su omnipotencia. ¿Lo crees? El lugar que sirvió como camino en medio del Mar Rojo para llevar a los israelitas fuera del alcance del Faraón, se convirtió en una tumba para la hueste egipcia, así nuestro triunfante General vencerá toda batalla en la que te veas tú involucrado, si le dejas actuar por ti.

A través de la justicia imputada de Cristo podemos librarnos de la condenación de la Ley, el Señor perdona nuestros pecados y nos rescata de las manos del Faraón. A través de la justicia impartida el Señor nos capacita para vencer la atracción del pecado que ejerce el Egipto espiritual, la fuerza de cada tentación, de cada situación en la que nuestra alma es puesta a prueba.

“Toda tentación, toda influencia contraria manifiesta o secreta, ya puede ser resistida victoriosamente: ¡No por esfuerzo, ni con poder, sino por mi Espíritu dice Jehová de los ejércitos“. Zacarías 4:6“ (El Conflicto de los Siglos, pág. 519). Anímate a alistarte bajo el estandarte del que no ha perdido ni una sola batalla por sus hijos. Que el Señor te bendiga ricamente. Amén.

José Vicente Giner

Pastor y director del Departamento de Jóvenes
de la Asociación General

Para la reflexión:

  1. ¿Qué significa que Dios peleará la batalla por nosotros?
  2. ¿Qué parte debemos desempeñar nosotros en esa lucha?

Abreviaturas de versión bíblicas

DHH Dios Habla Hoy

LBLA La Biblia de las Américas

NTV Nueva Traducción viviente

NVI Nueva Versión Internacional

RVR1960 Reina-Valera 1960

TLA Traducción al Lenguaje Actual