El poder de las palabras
Marzo 2023
Mis queridos jóvenes:
Existen personas que hablan sin pensar y hieren a los demás. Su justificación es que a ellos les gusta decir las cosas a la cara, directamente. Pero a veces lo que dicen no es la verdad, o exageran o mienten o simplemente es su punto de vista. Van por la vida usando un lenguaje inapropiado y siembran el dolor en el corazón de los oyentes. Esta clase de personas creen que pueden hablar o escribir lo que quieran, pero la Biblia nos enseña algo diferente: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” (Prov. 25:11). (RVR1960).
Según este texto hay una “palabra”, es decir una manera de hablar, un lenguaje concreto y especial, que es el conveniente usar con nuestro prójimo y no cualquier expresión que se nos ocurra decir.
El lenguaje destructivo
Es una verdad innegable que la forma cómo nos expresamos puede ser sabor de vida para vida o una avalancha que arrase con todo lo que encuentra a su paso. El consejo que nos da el texto de introducción es maravilloso, muy útil y necesario, si queremos representar correctamente a nuestro Maestro Jesús y cumplir la noble misión que nos ha encomendado de predicar el Evangelio.
Jesús tuvo que reprender a los judíos que vivían alejados de Dios, porque estaban haciendo mucho daño a la gente sincera y humilde. “Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mat. 12:34-36). (RVR1960).
Lo que hablamos es un claro indicio de aquello que tenemos en el corazón. Si yo decido menospreciar a una persona, o comentar algo negativo de ella, o faltarle al respeto, o hacer comentarios con doble sentido… es una señal de que yo no amo ni respeto a la otra persona, porque el hombre bueno saca buenas cosas del corazón, si no son buenas es porque no las tiene y es tildado de “malo”, no es esto nada agradable. Tenemos, pues que revisar nuestra forma de hablar.
Existen en nuestros días muchas incomprensiones, abusos, enemistades, pleitos y aun odio entre hermanos de la fe o carnales o familiares, por causa de lo que se dice y cómo se dice. Nosotros no conocemos el corazón, esta es una prerrogativa divina, pero las palabras sí que se las puede sospesar, ellas muestran lo que hay en la mente de la persona, así nos indica el Espíritu de Profecía: “Las palabras revelarán los sentimientos del corazón; ya sea que los hombres hablen mucho o poco, sus palabras expresan el carácter de sus pensamientos. El carácter del hombre puede ser estimado con bastante precisión por la naturaleza de su conversación” (La Voz, su Educación y Uso Correcto, 21).
Las personas que creen que la forma de hablar no tiene importancia y que cada uno puede decir lo que quiere y a quien quiere, se equivocan. La Biblia nos dice que daremos cuenta de nuestras palabras en el día del juicio. Lo que dijimos a la gente con la que convivimos saldrá como testimonio contra nosotros a favor o en contra. Algo tan aparentemente intrascendente como la forma de hablar, resulta que se convierte en una prueba que Dios va a tener en cuenta en el juicio final. Qué solemne es este pensamiento. Lo que decimos y cómo lo decimos, resulta que no se lo lleva el viento, sino que queda registrado: “Mas yo os digo que de toda pa–labra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del jui–cio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás con–denado” (Mat. 12:37). (RVR1960).
“El don del habla es uno de los grandes dones de Dios. Las palabras son el medio mediante el cual se comunican los pensamientos del corazón. Con las palabras convencemos y persuadimos. Con las palabras consolamos y bendecimos, suavizando el alma magullada y herida. Con las palabras podemos dar a conocer las maravillas de la gracia de Dios. Con la lengua también podemos pronunciar cosas perversas, hablando palabras que muerdan como una víbora” (La Voz: Su Educación y Uso Correcto, 21).
Recuerdo el caso de una joven con la que estudié la Biblia, que me contó que de pequeña, su mamá le decía siempre: “No lo haces bien”, “no es así”, “eres torpe”, “todo te cae de las manos”. Ella creció con este pensamiento y de adulta todavía le estaba haciendo daño estas proyecciones mentales, después de tantos años y no sólo le producía dolor aquel recuerdo, sino que en realidad se sentía torpe. No creo que su madre no quisiera a su hija, pero sí que es cierto que no fue correcta aquella forma de educarla. Dios pone los hijos en nuestros hogares para que aprendan, no con gritos, censuras y regañinas, sino con palabras llenas de ternura, amor e instrucción sabia.
“Y lo mismo pasa con nuestra lengua. Es una de las partes más pequeñas de nuestro cuerpo, pero es capaz de hacer grandes cosas. ¡Es una llama pequeña que puede incendiar todo un bosque! Las palabras que decimos con nuestra lengua son como el fuego. Nuestra lengua tiene mucho poder para hacer el mal. Puede echar a perder toda nuestra vida, y hacer que nos quememos en el infierno” (Stg. 3:5-6). (TLA).
El lenguaje edificante
No es tarde para empezar, lo que hablamos hasta hoy y cómo lo hablamos, ya no es nuestro y no lo podemos cambiar, pertenece al pasado. Pero sí que podemos corregirnos. Con la ayuda de Dios y la fuerza de voluntad dirigida por el Espíritu Santo, podremos lograr cambios significativos.
El Señor Jesús, que es nuestro ejemplo en todo, nos dejó la pauta a seguir en relación al uso de las palabras: “Jesús no suprimió una palabra de verdad, sino que profirió siempre la verdad con amor. Hablaba con el mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención, en su trato con las gentes. Nunca fue áspero, nunca habló una palabra severa innecesariamente, nunca dio a un alma sensible una pena innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero las lágrimas velaban su voz cuando profería sus fuertes reprensiones. Lloró sobre Jerusalén, la ciudad amada que rehusó recibirlo, a él, el Camino, la Verdad y la Vida. Habían rechazado al Salvador, mas él los consideraba con piadosa ternura. La suya fue una vida de abnegación y verdadera solicitud por los demás. Toda alma era preciosa a sus ojos. A la vez que siempre llevaba consigo la dignidad divina, se inclinaba con la más tierna consideración hacia cada uno de los miembros de la familia de Dios. En todos los hombres veía almas caídas a quienes era su misión salvar” (El Camino a Cristo, 10-11).
Notemos lo que dice la Biblia con relación a las palabras de Dios: “Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificadas siete veces” (Sal. 12:6). (RVR1960). También encontramos un texto profético con relación al Mesías y a su lenguaje: “El espíritu de Dios está sobre mí, porque Dios me eligió y me envió para dar buenas noticias a los pobres, para consolar a los afligidos, y para anunciarles a los prisioneros que pronto van a quedar en libertad. Dios también me envió para anunciar: “Éste es el tiempo que Dios eligió para darnos salvación, y para vengarse de nuestros enemigos”. Dios también me envió para consolar a los tristes, para cambiar su derrota en victoria, y su tristeza en un canto de alabanza” (Isa. 61:1-3). (TLA).
Al Señor Jesucristo se le llama en el Evangelio de Juan: La Palabra o Logos (Jn. 1:1). La palabra que hablamos tiene dos fases: La pensada y la expresada. Jesús es la Palabra de Dios “audible”. Él ha venido a este mundo para darnos a conocer la mente del Padre, lo que piensa con relación a cada uno de nosotros. Si Jesús no se hubiese encarnado, no sabríamos que Dios es amor y que quiere salvarnos. El pensamiento del Padre se ha hecho carne en Cristo, Él es la Palabra que llega a nuestro corazón y nos conmueve hasta el extremo con el objetivo de redimirnos. Así se cumple que de un corazón bueno salen buenas palabras. Todo lo que nos enseñó el Maestro viene a lenificar nuestra vida de sufrimiento, a darnos esperanza, a quitarnos la culpa del pecado, a otorgarnos poder para liberarnos de la atracción del pecado. Cada palabra que embebemos de los labios de Cristo, nos eleva, inspira, anima, transforma y llena de gozo, porque habla la verdad y la verdad liberta.
Conclusión
Querido joven: ¿Será que deseamos seguir el ejemplo del Señor Jesús y usaremos un lenguaje que edifique a nuestros oyentes? ¿Usaremos sólo palabras que tengan poder para elevar el alma de nuestro prójimo? ¿Animaremos al caído? ¿Confortaremos al triste? ¿Esperanzaremos al que sufre? Podemos hacerlo y te invito a que lo hagas con el poder de Dios. Amén.
© José Vicente Giner
Pastor y director del Departamento de Jóvenes
de la Asociación General
Para la reflexión personal y en grupo:
- ¿Cómo definirías la palabra “poder”?
- ¿En qué sentido una palabra puede ser poderosa?
- ¿Qué revelan las palabras que usamos?
- ¿Las palabras sólo se circunscriben al lenguaje?
- ¿Qué cabría destacar del lenguaje que usaba el Señor Jesucristo?
Versiones bíblicas usadas:
RVR1960 Reina-Valera 1960
TLA Traducción al Lenguaje Actual