62. EL JOVEN QUE NO DESESPERA

Objetivos:

  1. Entender que a la vida del joven llegan momentos que prueban a la persona.
  2. Saber que esto es como un crisol que quema la escoria del corazón.
  3. Ser conscientes de la inutilidad de la desesperación en la vida de fe.
  4. Aprender a aferrarse de la esperanza que da el Evangelio de Cristo.

Introd.

  1. Es increíble lo que puede hacer el ser humano bajo la presión de los momentos difíciles de la vida. Algunos dejan de creer; otros abandonan sus hogares; otros matan, otros rompen con una amistad de toda la vida; otros se suicidan. Desesperar es desesperanzarse, es quitar o quedarse sin esperanza. El desesperado está poseído de desesperación y la desesperación, según el diccionario, es la pérdida total de la esperanza.
  2. Esto significa que llegar a este estado es lo más peligroso que le pueda pasar a una persona, ya que la esperanza es al alma lo que el oxígeno es al cuerpo, porque la esperanza es el estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.

I. LA DESESPERACIÓN: CONSECUENCIA DEL PECADO

  1. Si el hombre no hubiera pecado en el Edén, tanto él como su descendencia no hubiéramos necesitado ejercer fe en Dios; le podríamos contemplar, hablar con Él, adorarle personalmente. Pero debido al pecado la comunicación directa con Dios quedó rota; ya no es posible contemplar a Dios, conversar con Él directamente.
  2. No obstante, el Señor ha previsto formas y maneras para seguir teniendo una relación con nosotros y el plan de redención es el medio establecido para que volvamos a recuperar todas las cosas que Adán perdió en el Edén, así como su estado santo.
  3. Ahora bien, antes de que volvamos al Edén restaurado, debemos entrar en una relación estrecha con Dios, y esa relación de parte nuestra debe ser un acto de fe, de confianza absoluta.
  4. Creer por principio, no por sentimientos o por algún fenómeno que la ciencia pueda comprobar y demostrar. La Biblia dice que debemos caminar por fe y no por vista (2 Cor. 5:7).
  5. Pablo nos insta a ejercer fe en las promesas de Dios:  “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1). (RVR1960). Lo cual significa que nunca debemos perder la capacidad de esperar, que nunca debemos dejar de abrigar la esperanza en las promesas divinas.

II. LA DESESPERACIÓN DESTRUYE LA FE

  1. Satanás sabe que, si perdemos la fe en las promesas de Dios y nos impacientamos, ha ganado la batalla. Recordemos el caso de Saúl, el rey que en principio agradó al Señor y del cual dijo Samuel: “¿Habéis visto al que ha elegido Jehová, que no hay semejante a él en todo el pueblo? Entonces el pueblo clamó con alegría, diciendo: ¡Viva el rey!” (1 Sam. 10:24). (RVR1960).
  2. Saúl llegó a profetizar con los profetas porque el Espíritu de Dios vino sobre él con poder (1 Sam. 10:10). Pero su vida comenzó a descender desde el mismo momento que dejó de ejercer la fe en Dios y fijó su vista en sus propias capacidades y sentimientos.
  3. En una ocasión se desesperó y ofreció el sacrificio que tenía que ofrecer el sacerdote Samuel. En otra ocasión se desesperó e intentó matar a David porque se le apoderaron los celos. Posteriormente le persiguió para destruirlo. En otra ocasión se desesperó y fue a consultar a la pitonisa de Endor. Y ya, sin esperanza, en medio de una batalla perdida contra los filisteos, se suicidó.
  4. Judas hizo lo mismo, pero en ambos casos, si los dos hubiesen acudido a Dios, con un corazón contrito ¿se les hubiese perdonado? Sí, recordemos el caso de Manasés. La desesperanza no nos deja oír la voz de Dios en medio de las dificultades y pruebas.

III.  LA ESPERANZA: EL ÚLTIMO BASTIÓN DE LA FE

  1. Es importantísimo, querido joven, que aprendamos a aferrarnos a la esperanza: “El ánimo del hombre soportará su enfermedad; mas ¿quién soportará al ánimo angustiado?” (Prov. 18:14). El espíritu valiente de muchas personas que han quedado inválidas por accidente o enfermedad da testimonio de la veracidad de esta frase. Cuando la mente se desespera o duda, el cuerpo también sufre, y no habrá remedio físico que por sí solo pueda curar” (Ministerio de Curación, 182, 185).
  2. Jeremías hizo esta experiencia. Leamos en Lam. 3:1-3, 17-18. Aquí expresa su estado, casi perece su esperanza (vr. 18). Habla de que su abatimiento es extremo y que su vida es tan amarga como la hiel y el ajenjo (vr. 19). Pero se aferra a la fe, no a su estado anímico, no a las impresiones que han causado o producido las pruebas de su vida.
  3. Se aferra a los principios, a la Palabra de Dios, a las promesas del Altísimo y exclama: Lam. 3:22-33. Nos insta a que reflexionemos en medio de las dificultades y escudriñemos nuestros corazones y que nos volvamos a Dios (Lam. 3:40). Pero hagámoslo hoy mismo, no esperemos el vernos en medio del fuego para clamar al cielo. Casi siempre ocurre así, que todos se acuerdan de Dios en la desesperación.
  4. Los que murieron en el atentado contra las Torres Gemelas de New York, seguramente hicieron reflexiones muy importantes antes de morir. ¿Qué hubiese pasado si las hubieran hecho muchos años antes?
  5. Los que salvaron sus vidas manifestaron a la prensa que todo había cambiado y que ahora iban a vivir la vida de una manera más profunda, sin reparar en las cosas que antes les angustiaban. ¿Por qué esperar a estar quemándonos en las pruebas para comenzar hoy mismo a ejercer la esperanza? ¿Por qué esperar a entregar nuestro corazón a Dios en los momentos de angustia? Hoy es el momento aceptable, la hora de la entrega, de la conversión (Heb. 3:7-8).
  6. Cuando entregamos nuestro corazón a Cristo debemos aprender a ejercer esperanza en sus promesas, en su Palabra. Recordemos que la esperanza es el último bastión de la fe. Si el enemigo la conquista, ha ganado la batalla.

IV. APRENDAMOS A CONFIAR EN DIOS

  1. El apóstol Pablo hizo también esta experiencia y aprendió a confiar en Dios (2 Cor. 4:7-9).
  2. Él se vio en esas situaciones que prueban la fe hasta lo sumo. Muchos habríamos abandonado, pero él permaneció en la fe, no se desesperó; por eso pudo decir: “…estamos atribulados en todo, más no angustiados; en apuros, mas no desesperados…”.
  3. Aprender a confiar en Dios es la tarea que tenemos por delante, es la obra de nuestra vida. Sin confianza en los otros, no hay buena relación social, sin confianza en Dios la vida se nos escapará de las manos como una pastilla de jabón y no la habremos sabido vivir.
  4. Aprender a confiar en Dios fue, y ha sido el reto de los cristianos. Veamos algunos puntos para llegar a tener confianza en Dios:
  5. Pedirle a Dios que su Espíritu ponga en nuestro corazón la fe, que grabe en nuestra mente sus sagradas verdades y nos de el genuino arrepentimiento.
  6. Reconocer en nuestra mente que Jesús es nuestro Salvador y que ha muerto para redimirnos de la condenación de la ley.
  7. Estar dispuestos a hacer su voluntad, expresada en su Palabra y hacerlo hoy mismo. ¿Cómo?.

“Muchos dicen:  «¿Cómo me entregaré a Dios?» Deseáis hacer su voluntad, mas sois moralmente débiles, sujetos a la duda y dominados por los hábitos de vuestra mala vida. Vuestras promesas y resoluciones son tan frágiles como telas de araña. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos quebrantados debilita vuestra confianza en vuestra propia sinceridad y os induce a sentir que Dios no puede aceptaros; mas no necesitáis desesperar. Lo que necesitáis comprender es la verdadera fuerza de la voluntad. Este es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre:  el poder de decidir o de elegir. Todas las cosas dependen de la correcta acción de la voluntad. Dios ha dado a los hombres el poder de elegir; depende de ellos el ejercerlo. No podéis cambiar vuestro corazón, ni dar por vosotros mismos sus afectos a Dios; pero podéis elegir servirle. Podéis darle vuestra voluntad, para que él obre en vosotros, tanto el querer como el hacer, según su voluntad. De ese modo vuestra naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, vuestros afectos se concentrarán en él y vuestros pensamientos se pondrán en armonía con él.

“Desear ser bondadosos y santos es rectísimo; pero si sólo llegáis hasta allí de nada os valdrá. Muchos se perderán esperando y deseando ser cristianos. No llegan al punto de dar su voluntad a Dios. No eligen ser cristianos ahora.

“Por medio del debido ejercicio de la voluntad, puede obrarse un cambio completo en vuestra vida. Al dar vuestra voluntad a Cristo. Os unís con el poder que está sobre todo principado y potestad. Tendréis fuerza de lo alto para sosteneros firmes, y rindiéndoos así constantemente a Dios seréis fortalecidos para vivir una vida nueva, es a saber, la vida de la fe“ (Camino a Cristo, 47-48).

“Digan a los pobres y desalentados que se han apartado del sendero recto que no necesitan desesperar. Hay sanamiento y purificación para toda alma que vaya a Cristo, Hay bálsamo en Galaad, hay allí médico” (Matutina Alza tus Ojos, 285).

CONCLUSIÓN

  1. La desesperación es una consecuencia del pecado. Se desespera aquel que no tiene confianza en Dios.
  2. Cuando nos desesperamos la fe no actúa. Nos cegamos y no vemos más allá de las dificultades ni problemas.
  3. Queridos jóvenes: Aprendamos a confiar plenamente en Dios; entonces no desesperaremos jamás. Amén.

© José Vicente Giner