Objetivos:
- Definir lo que es el orgullo
- Entender que el orgullo es uno de los peores pecados.
- Usar la parábola del fariseo y el publicano para ilustrar el orgullo.
- Definir lo que es la humildad.
- Colocar ejemplos bíblicos que refuercen este conocimiento.
- Invitar a cada joven y adulto a reproducir en la vida de fe esta virtud.
- Tomar como ejemplo la Persona de nuestro Señor Jesucristo.
Introd.
- “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas” (Mat. 11.29). (LBLA).
- En el texto de introducción, querido joven, el Señor Jesús nos invita a que aprendamos de Él y señala qué es lo que debemos aprender: La mansedumbre y la humildad. Nos centraremos en esta última virtud.
I. EL PEOR PECADO: EL ORGULLO
- La humildad es un valor opuesto a la soberbia, que a su vez es sinónimo de orgullo. Es tan malo el orgullo que la Biblia nos dice que precede a la caída de una persona: “Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu” (Prov. 16:18). (LBLA).
- ¿Qué es el orgullo? El diccionario lo define así: “Exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás”.
- Un ejemplo bíblico claro de orgullo: El fariseo. ¿Cuál fue el objetivo de esta parábola?: “Cristo dirigió la parábola del fariseo y del publicano a unos que confiaban de sí mismos como justos, y menospreciaban a otros” (Palabras de Vida del Gran Maestro, 116).
- El fariseo se creía mejor que los demás, tenía un exceso de estimación hacia sí mismo y hacia los méritos propios (eso es orgullo): Ayunaba dos veces por semana, daba sus diezmos de todo lo que ganaba, no practicaba el adulterio, no estafaba a nadie ni era injusto (Luc. 1:9-12). Estas acciones eran buenas, pero lo malo es que se jactaba de ello sintiéndose superior a los demás.
- El apóstol Pedro, al inicio de su discipulado, se comparó con los demás hombres y se sintió mejor, por eso le dijo a Jesús: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mat. 26:33). (RVC). En este sentido, Pedro se podía comparar al fariseo y su orgullo le preparó para su terrible caída. Se creía capaz de resistir la tentación, pero a la hora de la verdad cayó en el pecado de forma estrepitosa.
- “Hoy día el mal que provocó la caída de Pedro y que apartó al fariseo de la comunión con Dios, está ocasionando la ruina de millares. No hay nada que ofenda tanto a Dios, o que sea tan peligroso para el alma humana, como el orgullo y la suficiencia propia. De todos los pecados es el más deses–perado, el más incurable” (Palabras de Vida del Gran Maestro, 119).
- Otro ejemplo bíblico de la expresión del orgullo lo encontramos en aquellos que edificaron la torre de Babel: ”Se dijeron unos a otros: Vamos, ha–gamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémo–nos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” (Gén. 11:3-4).
- “Toda la empresa tenía por objeto exaltar aun más el orgullo de quienes la proyectaron, apartar de Dios las mentes de las generaciones futuras, y llevarlas a la idolatría” (Patriarcas y Profetas, 112). Pero no alcanzaron su objetivo porque Dios truncó su proyecto.
- “El borracho es detestado y se le dice que su pecado lo excluirá del cielo, mientras que el orgullo, el egoísmo y la codicia pasan muchísimas veces sin condenarse. Sin embargo, estos son pecados que ofenden especialmente a Dios… El que cae en alguno de los pecados más groseros puede avergon–zarse y sentir su pobreza y necesidad de la gracia de Cristo; pero el orgullo no siente ninguna necesidad y así cierra el corazón a Cristo…” (El Camino a Cristo, 28-29).
- El fariseo fue al templo a orar, pero no había en su corazón el sincero deseo de buscar el perdón de Dios, la restauración de su alma, el crecimiento espiritual. Su orgullo estaba tan arraigado en su corazón que no experi–mentaba ninguna necesidad de arrepentimiento, no veía sus pecados. Esta condición le impidió recibir la justificación.
- Debemos entender, pues, cómo se afana el diablo para que nuestro orgullo se potencie y viva en nosotros. Él ha manifestado siempre el orgullo en su vida, rebelándose contra Dios y sintiéndose más grande que su Hacedor. Cualquier rasgo de orgullo que se manifieste en nuestro carácter, viene de él.
II. EL MEJOR ADORNO DEL ALMA
- Por otro lado, tenemos el ejemplo del publicano. Aunque era un hombre pecador, se sentía mal ante la presencia de Dios, no creía que fuera digno de ser escuchado por Dios, ni siquiera osaba mirar al cielo… Mostraba una actitud de humildad y por causa de esto se fue a casa justificado, es decir perdonado, a cuentas con Dios.
- La palabra “humildad” proviene del latín humilitas y que a su vez viene de la raíz humus, que significa tierra.
- Cuando el ser humano fue creado Dios usó la tierra, lo modeló con esta y luego insufló en su nariz aliento de vida, así el humano comenzó a existir, pero la base de su creación es la tierra. Por eso dice el salmista: ”Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro” (Sal. 103:14). (NVI). Es como decir: “Dios sabe que sólo somos tierra, pero sublimada por su aliento”.
- Cuando el salmista estudia al ser humano dice: “¿Qué somos los mortales
para que pienses en nosotros y nos tomes en cuenta?” (Sal. 8:4). Si somos sólo tierra, ¿por qué nos jactamos? ¿Por qué nos llenamos de orgullo? Todo lo que hacen los humanos terminará destruido y al final también nosotros mismos nos convertiremos en tierra. Y a nivel espiritual, ¿por qué sentirnos superior a los demás, como el fariseo? Tal vez podamos ser fuertes en un punto, pero en otros somos débiles.
- Nuestra condición espiritual la define Pablo cuando dice: “Nadie es justo.
nadie entiende nada, ni quiere buscar a Dios. Todos se han alejado de él; todos se han vuelto malos. Nadie, absolutamente nadie, quiere hacer lo bueno” (Rom. 3:10-12). (TLA).
- Querido joven: Somos polvo, tierra, no hay ni un ser humano que entienda, ni que busque a Dios, nadie quiere hacer lo bueno, nadie es justo… Esta es nuestra radiografía. ¿Podemos sentir orgullo? ¿Orgullo de qué, si no somos nada?
- Por mucho que nos afanamos no podemos añadir años a nuestra vida, no podemos detener el envejecimiento, las enfermedades nos llegan y nos sacuden, estamos expuestos al frío, al calor, a los desastres naturales… De la noche a la mañana podemos ser sacudidos por virus, pandemias, terre–motos, huracanes, maremotos, etc. Somos los seres más vulnerables de la naturaleza.
- La Biblia nos invita a mantenernos en la humildad, es decir el conocimiento de que somos conscientes de nuestras limitaciones y debilidades y actuar en consecuencia. Mientras que el orgullo nos destruye y nos priva de ir al cielo, la humildad de corazón nos coloca en una condición de recibir el Espíritu de Dios y que se aplique la justicia imputada de Cristo, como ocurrió con el publicano.
- En la actitud del centurión romano vemos reflejada la humildad: “Señor, no soy digno de que Tú entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado quedará sano” (Mat. 8:8). (NBL). Otra versión dice: “Señor Jesús, yo no merezco que entre usted en mi casa. Basta con que ordene desde aquí que mi sirviente se sane y él quedará sano” (Mat. 8:8). (TLA).
- Un centurión era un oficial del ejército romano, con una gran capacidad de mando, de mucha influencia y responsabilidad. A los centuriones se les consideraba la espina dorsal del ejército romano y eran elegidos con especial cuidado. Este era el hombre que se dirigió a Jesús. Era considerado grande a los ojos de Roma y del mundo judío, recordemos que estos le dijeron a Cris–to: “El centurión es digno de que le concedas esto…” (Luc. 7:5). (LBLA).
- Pero el centurión tenía un concepto de sí mismo distinto, comparándose con Cristo dijo: “Señor, no soy digno de que Tú entres bajo mi techo…” (Mat. 8:8). Esta es la verdadera grandeza, la humildad de corazón. No el puesto que uno ocupa en el mundo, su actividad, sus títulos, el dinero que posee, el prestigio, la fama… no, todo esto es pasajero, pero la humildad permanece, es una inversión para la eternidad. Jesús alabó la fe de aquel hombre humilde y la Biblia dice que “se maravilló de él”, de hecho, le concedió lo que pedía y era que curase a su siervo enfermo.
III. EL MAYOR EJEMPLO DE HUMILDAD
- Aunque este centurión es un buen ejemplo a seguir por nosotros, haremos bien en centrarnos en el mayor ejemplo de humildad de todos los tiempos, y es nuestro Señor Jesús. El texto de introducción nos muestra que el mismo Jesús nos insta a que aprendamos de Él: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas” (Mat. 11.29). (LBLA).
- Jesús es Dios y antes de su encarnación, estaba en el cielo con el Padre, el Espíritu Santo y los ángeles. Recibía adoración y gloria y siempre existió junto al Padre y al Espíritu Santo. No hubo ningún momento de la eternidad que el Padre estuviera sólo, el Hijo estaba siempre con Él. Y sin embargo, decidió encarnarse, tomar cuerpo, para venir a morir por nosotros.
- Dejó el cielo y su trono para hacerse un bebé como nosotros. Igual a nosotros en todo, dice Pablo y tentado como nosotros (Heb. 4:5). No poseía ningún beneficio que nosotros no podamos poseer. Como hombre era ciento por ciento como nosotros. Esto es humildad. Se privó de la gloria para venir a vivir en medio de las tinieblas de este mundo.
- Como era humilde no albergó el orgullo en su corazón. Puso el bienestar de los demás por encima de su propio bienestar; sabía escuchar a la gente, valorarla, aceptar sus limitaciones y defectos, comprenderla. En su caso aún era más grande su ejemplo de humildad, ya que siendo Dios se hizo hombre. Por eso pudo decir “aprended de mí que soy humilde”. ¿Lo haremos?
Conclusión
- Si queremos alejarnos del orgullo, el mayor pecado, deberemos aprender a ser humildes y esta obra sólo la puede hacer Dios en el alma humana, a través de su Santo Espíritu.
- Estemos abiertos al punto de vista de los demás, recordemos que tenemos limitaciones y que no somos perfectos, por eso necesitamos la comprensión y aceptación de los otros.
- Debemos tratar a los otros con respeto, no como inferiores sino como igual a nosotros, dándoles la dignidad que merecen, con paciencia, justicia y amor, en suma, como nos gustaría que nos tratasen a nosotros.
- Recordemos que hay una bienaventuranza para los humildes, y es que ellos heredarán la tierra (Mat. 5:5). ¿Deseas ser humilde de corazón, como Cristo, querido joven? Puedes serlo con su ayuda. Hazlo, para gloria de Dios, alegría tuya y bendición para tu prójimo. Que Dios te bendiga. Amén.
© José Vicente Giner