SEMILLEROS DE ESPERANZA
LOS NOES MODERNOS
Objetivos:
- Ser conscientes que la tierra se ha contaminado con el pecado.
- Entender que Dios siempre dio grandes oportunidades a los humanos para su salvación.
- Saber que el diluvio es una advertencia para todas las generaciones que vinieron después y que el pecado trae sus consecuencias.
- Ser invitados a tomar la responsabilidad, al igual que Noé, de predicar el último mensaje de salvación y vida eterna.
Introd.
- La tierra en la época del patriarca Noé era todavía bella, no obstante de la caída en el pecado de Adán y Eva. Se veían algunos signos de deterioro, pero no había cambiado mucho de como era al principio.
- Podemos imaginar lo bella que debe haber sido la tierra y la variedad de plantas, árboles cargados de frutos tan diversos y sabrosos, flores de una belleza y fragancia sin par. El oro, la plata y las piedras preciosas eran muy abundantes y todo lo que Dios había creado al principio contribuía a la felicidad del ser humano.
- Había gigantes, personas de gran estatura y fuerza, hábiles para idear cosas fabulosas, pero que no usaron su inteligencia para alabar a Dios. Esto mismo ocurría con la mayoría de los antediluvianos, que se iban degenerando a medida que pasaban las generaciones.
- El crimen de Caín y la caída de Adán y Eva en el pecado, estaba causando sus efectos destructivos en la raza humana y pronto se vio la degeneración moral más abyecta; porque negaron a Dios, lo alejaron de sus vidas y decidieron pisotear su santa Ley.
I. LA LONGANIMIDAD DE DIOS
- Durante varias generaciones desde Adán y Eva, la raza humana se había definido claramente en dos grupos: Los fieles que seguían amando y adorando a Dios (los hijos de Dios) y aquellos que se habían constituido en enemigos de Dios (los hijos de los hombres).
- Por causa de estos últimos la tierra se estaba contaminando moralmente y la maldad de los hombres había llegado a un nivel extremo: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. 6 Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. 7 Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho“ (Gn. 6:5-7). (RVR1960).
- La causa de que el corazón de esas personas fuera de continuo solamente el mal, la encontramos en el distanciamiento que estos tomaron de Dios. Cuando vivimos lejos de Dios nos autodestruimos, nos degeneramos; sólo en Dios podemos encontrar la paz y la armonía interior.
- No obstante, nuestro Dios fue grandemente misericordioso, longánimo, paciente… Esperó más de un siglo más para dejar que los humanos reflexionaran y se arrepintieran: “Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días viento veinte años“ (Gén. 6:3). (RVR1960). Sin embargo, no escucharon al fiel Noé y vino el diluvio y los destruyó.
- Cualquier ser humano en sus cabales, ante la degeneración de aquellas per–sonas, habrían actuado cortando ese proceder como fuera. Pero Dios siem–pre ha estado dispuesto a esperar, a perdonar, a buscar nuestro arrepen–timiento. ¿Quién esperaría más de un siglo para que la gente cambiara? Dios no quiere la destrucción de nadie, ni del malo: “Pero yo, el Señor, juro por mi vida que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. ¿Por qué habrás de morir?“ (Ez. 33:11). (DHH).
- Dios no desea verte sufrir, ni que vivas alejado de Él, querido joven; quiere salvarte y ayudarte a liberarte de tus cadenas. La pregunta que hace a Israel es la pregunta que hace hoy a ti: ¿Por qué morir en el pecado? ¿Por qué seguir deshonrando a Dios y a ti mismo? El pecado nunca ha edificado a nadie, nunca a hecho feliz al que lo practicó. No conozco a nadie que viviendo en sus pecados, asevere ser una persona realizada y feliz en la vida.
- Porque el pecado degrada, roba la vitalidad y dicha de la persona, hipoteca la existencia humana, nos animaliza y lacera el corazón. Sólo abandonando el pecado podemos tener vidas plenas y esa es la obra que realiza el Espíritu Santo.
- “El pecado no sólo nos aparta de Dios, sino que destruye en el alma humana el deseo y la aptitud para conocerlo“ (La Educación, 29).
II. UN MENSAJE DE AMONESTACION
- Cuando vemos lo que significa el pecado para Dios, podemos entender mejor lo repulsivo que le resulta. El pecado es contrario a su naturaleza, porque Dios es Santo, Justo y Bueno, características esenciales de su santa Ley de amor.
- “Cristo aborrece el pecado“ (El Deseado de Todas las Gentes, 409). El surgimiento del pecado es un gran misterio y su introducción en el mundo trajo mucha desgracia y sufrimiento. Aquellos que lo practican no pueden ser felices jamás, porque fuimos creados con el objetivo de vivir en armonía con la Santa Ley de Dios.
- “Es imposible explicar el origen del pecado y dar razón de su existencia. Sin embargo, se puede comprender suficientemente lo que atañe al origen y a la disposición final del pecado, para hacer enteramente manifiesta la justicia y benevolencia de Dios en su modo de proceder contra todo mal. Nada se enseña con mayor claridad en las Sagradas Escrituras que el hecho de que Dios no fue en nada responsable de la introducción del pecado en el mundo, y de que no hubo retención arbitraria de la gracia de Dios, ni error alguno en el gobierno divino que dieran lugar a la rebelión. El pecado es un intruso, y no hay razón que pueda explicar su presencia. Es algo misterioso e inexplicable; excusarlo equivaldría a defenderlo. Si se pudiera encontrar alguna excusa en su favor o señalar la causa de su existencia, dejaría de ser pecado. La única definición del pecado es la que da la Palabra de Dios: “El pecado es transgresión de la ley”; es la manifestación exterior de un principio en pugna con la gran ley de amor que es el fundamento del gobierno divino“ (El Conflicto de los Siglos, 484).
- No obstante de nuestros pecados, el Señor nos manifiesta su misericordia, señal inequívoca de su amor y bondad infinitas. Él no desea que nos perdamos, sino que quiere salvarnos y llevarnos al cielo. Su deseo de vernos a su lado felices y salvos para siempre, es superior a nuestro deseo de salvarnos.
- Por eso nos da muchas oportunidades para que procedamos al arrepen–timiento. Ese es el mensaje que debemos llevar los Noes modernos, así como Noé amonestó a sus congéneres, así también nosotros tenemos el deber de extender la invitación divina tal y como dice el canto “Embajador soy de mi Rey“:
Mensaje traigo que anunciar,
que aun ángeles quisieran dar.
«Reconciliaos hoy», es la divina voz,
«reconciliaos hoy con Dios».
6. Existe una parte desagradable y cruda del mensaje, pero necesaria a la vez. Es la amonestación. La invitación se debe dar unida con la advertencia de que su rechazo trae sus graves consecuencias. Jonás tuvo que dar un mensaje de arrepentimiento y salvación, pero a la vez de castigo y destrucción. La obediencia de los ninivitas les salvó.
CONCLUSION
- Muchos mueren hoy en sus pecados, pero Cristo los ama y también murió por ellos. “Los hombres aborrecen al pecador, mientras aman el pecado. Cristo aborrece el pecado, pero ama al pecador, tal ha de ser el espíritu de todos los que le sigan“ (El Deseado de Todas las Gentes, 409).
- Como los Noes de los últimos días tenemos una obra que hacer y el énfasis lo debemos colocar en la gracia de Cristo. Que la gente sepa que aún tiene la oportunidad de entrar en el arca de la salvación. Que la puerta de la gracia sigue abierta y que todavía hay tiempo para arrepentirse y cambiar de rumbo.
- ¡Tenemos un Dios tan maravilloso! ¿Por qué rechazar su llamado? “Pues Dios dice: «En el momento preciso, te oí. En el día de salvación te ayudé». Efectivamente, el «momento preciso» es ahora. Hoy es el día de salvación“ (2 Cor. 6:2). (NTV).
- Querido joven, no esperemos hasta que la puerta de la gracia se cierre, por otro lado, aceptemos el llamado a predicar el maravilloso mensaje de la salvación; este es mi deseo y oración. Amén.
© José Vicente Giner