Mis queridos jóvenes:
Os saludo en el nombre del Señor Jesucristo y pido que sus bendiciones, amor y dirección sean sobre vosotros en abundancia.
Una condición deplorable
Hoy quisiera compartir con vosotros el texto de Hch. 20:35, “Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir” (NVI).
Si damos un vistazo al mundo que nos rodea observaremos que la naturaleza nos da a manos llenas todo lo que necesitamos para vivir en medio de ella: Agua, sol, viento, comida, belleza y mucho más. Sin embargo, los humanos sólo deseamos recibir. Después del pecado nuestra estructura moral se basa en el egoísmo y no en la dadivosidad. De hecho hemos entronizado el ego en nuestro corazón hasta tal punto que somos capaces de ignorar o destruir a aquellos que nos benefician. Volviendo al ejemplo de la naturaleza, a fuerza de esquilmarla y maltratarla, la contaminación ha llegado a tal grado que hemos cruzado la línea de no retorno. Así ocurre con los seres humanos, como consecuencia de nuestra ambición y egoísmo, provocamos guerras, nos dañamos, herimos, distanciamos y rompemos relaciones que tendrían que durar toda una vida.
Notemos que antes de pecar Adán y Eva, se amaban, sólo buscaban la felicidad del otro; después de su Creador, el otro lo era todo para ellos y ofrecerle dicha y bienestar formaba parte de sus prioridades. Sin embargo, después del pecado esto se acabó. Adán, para justificarse ante Dios del pecado cometido, acusa a Eva y Eva a la serpiente. Su realidad cotidiana cambió radicalmente y se tornó muy dura la existencia ya que sólo el egoísmo afloraba en sus vidas.
El Gran Dador del Universo
Jesús se encarnó y tornose ser humano para mostrarnos la dadivosidad divina en toda su potencialidad, porque siendo Dios se hizo hombre para alcanzarnos en nuestra pobreza y devolvernos la dignidad perdida. El Salvador tenía el derecho pleno de recibir de parte de sus criaturas terrenales todo el honor, respeto, amor, servicio y consideración, sin embargo le dimos la espalda.
Llevados por el egoísmo durante milenios después de la creación, el humano fue asemejándose más y más al diablo, aquel que había sido el querubín protector (Ez. 28:14-15) y que teniéndolo todo en el cielo, decidió que le faltaba todo si no poseía el trono de Dios. Aquellos que le siguen muestran ese rasgo inequívoco del egoísmo. Viven para recibir, no les interesa dar, y si dan es para recibir algo a cambio. Mas no entienden que poseen un virus que los está destruyendo espiritualmente porque el humano sólo puede ser plenamente feliz cuando da.
Dios es el gran Dador del universo por excelencia y ha implantado ese rasgo precioso en la naturaleza humana. No obstante el pecado nos ha alejado de nuestro Hacedor y el daño que sufrió nuestra naturaleza santa, es el plan de Dios que cada hijo e hija suyos revelen en su carácter la luz de la gema preciosa de la dadivosidad. Cuanto más cerca estemos de Dios, más alejados estaremos del egoísmo. La pluma inspirada presenta la radiografía perfecta de nuestro sistema espiritual interior: “Vuestra misma complacencia propia demuestra que lo necesitáis todo. Estáis espiritualmente enfermos, y necesitáis a Jesús como vuestro médico” (Joyas de los Testimonios, Tomo 2, pág. 98).
Aprendiendo a dar
Sí, queridos jóvenes, necesitamos a Jesús si deseamos vencer la enfermedad del egoísmo. Este tema no es fácil de abordar, porque el que os escribe también debe luchar para vencer todo rasgo de egoísmo y no es sencillo porque lo llevamos en nuestros genes. El egoísmo es pecado y vencer todo pecado requiere una lucha terrible y permanente: “Porque todavía, en vuestra lucha contra el pecado, no habéis resistido hasta el punto de derramar sangre” (Heb. 12:4). (LBLA). Es una imposibilidad absoluta vencer el egoísmo si no nos socorre Jesús. A través de su gracia divina recibimos el poder necesario que nos sapacitará para vencer en cada situación en la que el egoísmo desea aflorar y dominar la situación.
La vida de Jesús se caracterizó por la actitud de dar. Su obra era una entrega total de su amor a los que le rodeaban: Les curaba, consolaba, perdonaba, dignificaba, ayudaba, guiaba, aconsejaba, alimentaba… Se dice que pasó mucho más tiempo curando que predicando y que durante noches enteras oraba por las ovejas perdidas de Israel. Tal vez no lleguemos a imitar a Cristo en todos los aspectos de su vida, como el hacer milagros o ser preescientes, Él poseía la naturaleza humana y la divina combinadas. Lo que hizo por cada uno de nosotros lo hizo en su humanidad y este es el modelo a seguir por cada uno de nosotros, pero a veces usó su poder divino para proveer ayuda especial a los dolientes o mostrar su mesianismo, nunca para beneficiarse a sí mismo.
Jesús nos insta a que le imitemos: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestra alma” (Mat. 11:29). (CST). En la Palabra esta es la invitación constante: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:6). (RVR1960).
Imitar a Jesús en la extraordinaria obra de entregarnos a los demás y descentrarnos de nosotros mismos es tarea, pues, prioritaria de todo cristiano. Esto debe empezar desde la niñez en un hogar cristiano: “Una de las características que se debería fomentar y cultivar en todo niño es ese olvido de sí mismo que imparte a la vida una gracia espontánea. De todas las excelencias del carácter, ésta es una de las más hermosas, y para toda verdadera vocación es uno de los requisitos más esenciales” (La Educación, 237).
Conclusión
Queridos jóvenes, tenemos una tarea por delante de carácter espiritual muy elevado: Asemejarnos a Cristo en su entrega a los demás. Esto no es nada fácil como ya vimos, si lo fuera el mundo sería el Paraíso. Sin embargo Dios nos da su Santo Espíritu para que genere en nuestro corazón esas notas celestiales que inundarán nuestra alma de paz y alegrarán la vida de los que nos rodean. Empecemos a distanciarnos de la cultura del yo, de esa teoría errada y peligrosa que presenta al hombre como centro de todo (antropocentrismo) que considera al ser humano como centro de todas las cosas y el fin absoluto de la creación. El centro de todo es Cristo, “Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor. 2:2). No existe nadie ni nada capaz de trasformar nuestras vidas sino la gracia del Salvador implantada en nosotros por la obra del Espíritu. Dejad, queridos jóvenes, que en el trono de vuestros corazones sea entronizado el Salvador. “Permita que su corazón sea enternecido y suavizado bajo la influencia del Espíritu de Dios. Usted no debería hablar tanto acerca de sí mismo, porque esto no fortalecerá a nadie. Usted no debería hacer de sí mismo el centro e imaginar que debe cuidarse constantemente y conducir a otros a preocuparse por usted. Quite su mente de sí mismo y póngala en un cauce más saludable. Hable de Jesús, y abandone el yo; permita que el yo se sumerja en Cristo, y que la lengua de su corazón se: ‘Ya no vivo yo, mas Cristo vive en mi’ (Gál. 2:20). Jesús será para usted un auxilio presente en todo tiempo de necesidad. Él no lo dejará pelear solo las batallas contra los poderes de las tinieblas. Oh, no; ha provisto ayuda mediante uno que es poderoso para salvar hasta lo sumo” (Testimonies for the Church, pag. 320). (Mente, Carácter y Personalidad, Tomo 1, pág. 278). Os invito a vivir con la maravillosa convicción de que es mucho mejor dar que recibir. Que Dios nos conceda esta gracia y nos bendiga. Amén.
José Vicente Giner
Pastor y director del Departamento de Jóvenes de la Asociación General
Abreviaturas de versión bíblicas:
NVI – Nueva Versión Internacional
LBLA – La Biblia de las Américas
CST – Nueva Versión Internacional (Castilian)
RVR1960 – Reina-Valera 1960