La travesía de la vida

Febrero 2022

Mis queridos jóvenes:

He podido hacer la experiencia de viajar en diferentes clases de barcos por océanos, mares, lagos y ríos. Una vez estuve casi tres días en un gran ferry. Cuando era muy joven hice la experiencia en adentrarme a unos cuantos kilómetros mar a dentro a bordo de una barca pesquera pequeña de unos amigos de mi padre. Se movía tanto que casi no lo cuento. Navegando siempre tuve la misma sensación de vulnerabilidad, de estar expuesto a los caprichos de la naturaleza.

La grande travesía de la vida 

Los hombres expertos del mar dicen que para navegar se necesitan dife–rentes instrumentos sin los cuales sería imposible tal hazaña: Brújula, cartas náuticas, compás o aguja náutica, sextante, sonda, GPS, ancla y otros; claro, aunque esto depende de la dimensión de la nave y de la época. En los tiempos antiguos la navegación era más insegura y peligrosa, especialmente con los barcos pequeños. Muchos poetas y escritores han comparado la vida con una travesía en barco por el mar y tal como ocurre en el mar real, a veces nos vemos sorprendidos por tormentas que amenazan con hundir nuestra pequeña y frágil embarcación. A pesar de ello, quien quiera llegar a puerto seguro, tendrá que seguir navegando y sorteando los obstáculos. Si uno se rinde, puede anegarse la nave y hundirse. Los marineros expertos saben que el mar es un medio imprevisible y que puede desatarse de un momento a otro una tempestad que ponga en peligro la nave y sus vidas. Por eso están equipados y cuentan con su experiencia y valor.

Preparación para la travesía

Cuando los antiguos navegantes emprendían sus aventuras en busca del descubrimiento de nuevos territorios, debían pertrecharse con víveres, cartas de navegación y muchos otros, pero especialmente debían prepararse mentalmente para poder enfrentar ese reto, que por cierto no era nada popular. En la antigüedad la gente creía que el mar tenía unos límites y que llegados a ellos, las naves podían caer en el vacío. Pocos eran los que tenían la visión y el valor necesarios para desafiar estas creencias, entre ellos encontramos a los grandes descubridores. Sin tener en cuenta prejuicios y opiniones infundadas, con muchos espacios vacíos aún en los mapas, se lanzaban al mar con el pensamiento de que iban a tener éxito y hoy el mundo les debe mucho.

El padre de la historiografía, Heródoto, que vivió entre el 484 y 425 a.C., se cuenta entre aquellos que se aventuraron a viajar y a descubrir nuevos territorios. Esto le sirvió para elaborar su Historiae (Los nueve libros de historia), obra considerada como la primera descripción del mundo antiguo. Su audacia, tesón y valor, produjeron frutos que sirvieron de inspiración para la humanidad. Marco Polo, incansable viajero de la Edad Media, nos dejó su legado Libro de las Maravillas del Mundo, que llegó a servir de referencia a Cristóbal Colón. Otros, como Magallanes, James Cook, Alexander von Humboldt, Falcon Scott y muchos más, se adentraron por caminos desconocidos, para abrir nuevas rutas a la humanidad.

En la vida espiritual son pocos los que se lanzan a navegar para llegar al puerto seguro de las mansiones celestiales. Hay muchas razones que les frenan:

No quieren salir de su zona de confort, no están dispuestos a hacer sacrificios, les da miedo los riesgos, no han hecho experiencias en la vida de fe. El cristiano que no estudia su Biblia, ni hace suyo su contenido, fácilmente se desanimará cuando se desate una pequeña tormenta, porque no está anclado en sus promesas, en sus profecías, en sus enseñanzas y es muy fácil así ser llevado de acá para allá por toda clase de vientos.

Otro factor que lleva al fracaso es el no hacer nada por los demás. Vivir en nuestra burbuja de egoísmo nos ahoga. Un cristiano comprometido con Dios se compromete con su prójimo a ser un ejemplo, a contribuir para hacer este mundo mejor, elevar a la humanidad doliente. Jesús dedicó más tiempo a curar a la gente que a predicar el Evangelio. No es que esto último no sea necesario, lo es, pero bendecir al prójimo es también puro Evangelio. El Señor Jesucristo tomó la decisión de venir a este mundo, a pesar de todas las tormentas y tempestades que tenía que enfrentar. Sabía que salvar al ser humano requería una entrega total, un gran riesgo, como cuando uno navega por alta mar, para conquistar tu corazón y el mío. ¿No te conmueve esto, querido joven? No fue nada fácil para nuestro Señor, enfrentar las tormentas de la vida, el desprecio humano, la ignominia, la burla, el pecado, todas estas cosas herían su corazón puro. Pero siguió navegando hasta que logró su propósito de completar la obra de la redención. La dedicación de Cristo, su amor, fervor, constancia y fidelidad, le hicieron el Salvador “acostum–brado al sufrimiento…“ (Isa. 53:3); “…misericordioso y compasivo“ (Stg. 5:11); en su gracia y poder “…siempre nos lleva triunfantes“ (2 Cor. 2:14); nos promete sanidad: “Te devolveré la salud y sanaré tus heridas“ (Jer. 30:17); y por la experiencia que adquirió en su encarnación, nos promete una guía segura: “Conduciré a los ciegos por un camino que no conocen… cambiaré delante de ellos las tinieblas en luz“ (Isa. 42:16).     

Jesús está en la nave

Una historia que me gusta mucho sobre la obra del Señor Jesús, trata sobre mares y barcos. La encontramos en Mateo 8. Aquí se narra una experiencia que hicieron los discípulos de Cristo en el mar de Galilea. Yo tuve el privilegio de estar en este lugar y navegar por sus aguas. En el barco íbamos unas cuarenta personas y todos éramos hermanos de la iglesia. Fue en ocasión de un congreso internacional juvenil que hicimos en Israel, en el año 2010. Justamente cuando nos hallábamos en ese barco, tuve la oportunidad de predicar a mis hermanos un mensaje que se basaba en la vivencia que tuvieron los apóstoles con Cristo.

Jesús subió en una barca y los discípulos le siguieron. Comenzaron a navegar cuando de pronto se desató una gran tormenta que nadie esperaba. Era de tal magnitud que las olas cubrían la barca; pero contrariamente a lo que cabría esperar, el Maestro dormía. Probablemente los discípulos quedaron atónitos cuando vieron que, a pesar de la furia desatada de los elementos, Jesús dormía plácidamente. Hicieron lo posible por achicar el agua que entraba en la nave y cuando vieron que no lograban nada, despertaron a Jesús y le suplicaron que les ayudara porque veían hundirse la barca y con ello sus vidas.

La respuesta de Jesús es muy alentadora porque nos muestra que no hay nada que temer cuando Él está en nuestra barca: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?“ (Mat. 8:26). Es como si les hubiera dicho: “¿No os dais cuenta que estoy con vosotros y que no debéis temer?“ Al momento se levantó y reprendiendo a los vientos y al mar vino una gran calma. ¿No es maravilloso, querido joven? El elemento que aparece aquí como equipamiento para atravesar el mar de la vida con éxito, es la fe. Todo joven que se precie de ser cristiano, necesita desarrollar la fe, don divino. A través de la fe puede ver detrás de la tormenta la calma, en cada tempestad, la mano de Dios al timón de la nave. Cuando pareciera que las olas están por llevarnos al fondo del mar, la fe nos permite aferrarnos a la seguridad de que Dios es el Dueño de la naturaleza y que, así como Cristo calmó aquel día la tormenta de Galilea, también increpará a nuestra tormenta y la calmará.

Conclusión 

Que el Señor nos ayude a confiar completamente en su Palabra, que lo que Él ha dicho se cumplirá y que nada que amenace nuestra paz es tan grande e incontrolable que Dios no lo pueda neutralizar y solucionar. Dios te bendiga. Amén.

José Vicente Giner

Pastor y director del Departamento de Jóvenes
de la Asociación General

Para la reflexión personal y en grupo:

  1. ¿Por qué se ha comparado la vida a una travesía por el mar con barco?
  2. ¿Qué es lo que más necesitamos, según tu opinión, para nuestra travesía personal por el mar de la vida?
  3. ¿Qué entiendes cuando se dice que Cristo es con nosotros en la barca?