Mensaje de Abril 2018 – 5

Mis queridos jóvenes:
Os saludo en el nombre del Señor Jesucristo y pido que sus bendiciones, amor y dirección sean sobre vosotros en abundancia.

Convicción
En esta ocasión meditaremos sobre el texto de Ezequiel 18:32, “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Mientras no se especifique otra versión, la que usamos en este escrito es la Reina-Valera 1960).
En la vida de fe recibimos mucha información con relación al comportamiento e creencias que debemos adoptar como cristianos; al leer la Biblia y los Testimonios, al escuchar los sermones en la iglesia o estudiar la escuela sabática, aprendemos preciosas lecciones, enseñanzas áureas que pueden conducirnos a la salvación eterna. Pero esto no quiere decir que todos reaccionamos
igual ante cada esfuerzo que hace el Espíritu Santo para llevarnos a 2 toda la verdad (Jn. 16:13) e intentar convencernos de pecado, de justicia y juicio (Jn. 16:8).
A veces escuchamos hablar en la iglesia a hermanos y hermanas que poseen un natural fervor misionero o un conocimiento muy claro y profundo de la palabra de Dios, pero en la praxis cotidiana actúan como si no conocieran al Señor. Nos podemos ver también nosotros inmersos en la convicción del mensaje pero no dejar que el mensaje nos trasforme, porque una cosa es lo que
decidimos creer y otra cosa es lo que decidimos vivir o practicar. De hecho podemos llegar a instalarnos en una idea peligrosa, la de pensar que el hecho de conocer la verdad bíblica y hacerla nuestra es como una garantía de salvación. Pero esto no es así.

Vamos a un ejemplo práctico: Satanás cree en Dios, en su poder y absoluto dominio, sabe que no hay otro dios como Él: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Stg. 2:19). También sabe que Dios lo ha condenado a morir: “…el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apoc. 12:12). (Los énfasis son
nuestros). No hay duda de que si alguien conoce mejor las Escrituras que cualquier ser humano es el propio diablo. Recordemos que las citó para tentar a Cristo en el desierto: “Porque escrito está: A sus ángeles mandará…” (Luc. 4:10). El diablo y sus ángeles caídos están convencidos de la verdad porque han visto a Dios, lo han adorado y servido, han vivido en el cielo, pero no han permitido
que la verdad los trasforme; creen, pero son enemigos de la verdad, odian el mensaje y buscan la manera de destruirlo. El diablo sabe que Cristo es el Hijo de Dios, mira cómo la Biblia lo expresa: “Y los espíritus inmundos, al verle, se postraban delante de él, y daban voces, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios” (Marc. 3:11). Pero el hecho de aceptar algo como verdadero no significa que
esa verdad esté ejerciendo su influjo sobre las personas. Me explico. Alguien puede creer que Dios es bueno y justo y que estos atributos divinos se ven reflejados en sus Mandamientos, pero en su vida diaria no acepta sus exigencias y vive en trasgresión, o cuando llega la prueba difícil la persona claudica y niega su fe; puede ser por debilidad espiritual o por indiferencia.
Lo cual nos lleva a la conclusión que una cosa es estar convencidos y otra cosa es estar convertidos. En la iglesia se dan estas dos clases de personas.

El apóstol Pedro es un ejemplo bueno de convicción. Si había alguien en el grupo convencido sobre la divinidad de Cristo y su mensaje, era él. Siempre dispuesto a confesar su fe, siempre destacando por sus declaraciones intrépidas: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mat. 16:16). “Respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré” (Mat. 26:33-35).

Vemos que Pedro tiene claro el asunto de que debe defender la causa de Cristo, que Jesús es el Mesías y que hay que dar el 100% en la obra. Pero no bastaba esto, a Pedro le faltaba convertirse.

La verdadera conversión

Notemos las palabras que le dirige Jesús a Pedro: “Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Luc. 22:32). En otras versiones bíblicas dice: “Y tú, una vez convertido…”. Estas palabras se las dijo Jesús al apóstol en el contexto donde Pedro hace alarde de su fe y se jacta de poder enfrentar cárcel y muerte por su Maestro. El apóstol poseía una fe sincera y ferviente, pero no se conocía a sí mismo. Le faltaba hacer la experiencia de la verdadera conversión, por eso Jesús le dice que cuando llegase a convertirse entonces sería una ayuda
eficaz para sus hermanos y un buen apóstol del mensaje de la cruz. ¿Tal vez este es el caso de alguno de nosotros? ¿Poseemos convicción pero nos falta la conversión? ¿Qué es estar convertidos?
“Convertirse” es transformarse en algo diferente a lo que éramos. Desde la perspectiva bíblica convertirse es llegar a ser como Cristo. “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat. 11:29). La conversión no es la obra de un momento sino un proceso que nos lleva a la santificación.

Cuando nos arrepentimos de todo corazón de nuestros pecados y buscamos vivir en armonía con la Ley de Dios, comienza una reforma en nuestra vida que nos lleva a abandonar lo que antes amábamos, pero que era contrario a la voluntad de Dios. Es un cambio de visión de la vida, de la manera de ser, de los gustos, de los sentimientos. El Espíritu Santo hace esta obra cuando se lo permitimos, por eso dice Pablo que el que está en Cristo, es una “nueva” criatura (2 Cor. 5:17).

Un verdadero arrepentimiento nos lleva al inicio de la conversión. La palabra griega arrepentimiento es “metanoia” que significa cambiar de forma de pensar, o “cambio de mente”. Por eso entenderemos mejor que cuando la gente se acercaba a Cristo y a los discípulos, el consejo que daban a los que querían poner su vida en orden era que se arrepintieran: “Pedro les dijo:
Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). Pedro les estaba diciendo que cambiaran su forma de pensar, que cambiaran su pensamiento.

“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hech. 17:30). El apóstol Pablo está en la misma línea que Pedro y enseña que para estar en armonía con el Creador debemos aprender a pensar de otra forma en cuanto al pecado, a la vida, a Dios, a Jesús; es un cambio mental que afecta a
todo nuestro ser, hábitos, ideas, costumbres, tendencias. El primer paso de la vida de aquel que quiere experimentar la conversión es pasar por la convicción del pecado y entender que el pecado ofende de forma especial a Dios, que nos degrada y aleja de la norma divina, que jamás nos hará felices de forma permanente, que es la fuente de toda desdicha y fracaso, que casi siempre afecta a terceras personas y por último que nos priva de ir al cielo. Pecar es violar la ley de Dios (1 Jn. 3:4). Nadie puede ser verdaderamente feliz sin luchar contra el pecado y vencerlo. La confesión del
pecado a Dios nos posibilita el perdón en Cristo Jesús (1 Jn. 2:1). “El primer paso hacia la reconciliación con Dios, es la convicción del pecado. “El pecado es transgresión de la ley” (1 Jn. 3:4). “Por la ley es el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20). Para reconocer su culpabilidad el pecador debe medir su carácter por la gran norma de justicia que Dios dio al hombre. Es un espejo que le muestra la imagen de un carácter perfecto y justo, y le permite discernir los defectos del propio carácter” (El Conflicto de los Siglos, pág. 521).

Querido joven, sería importante que aprendiéramos a ver el pecado o a considerarlo como Dios lo ve y considera. El pecado es odioso a la vista de Dios, es contrario a su naturaleza, el pecado es desarmonía, caos, desgracia, enemistad contra Dios, una sentencia de muerte. El enemigo trabaja para que cada ser humano vea sus pecados como algo sin importancia; ha logrado introducir en la sociedad el concepto de que nadie debe amargarse la vida por pecar; estas son cuestiones religiosas inventadas por las iglesias para someter a las personas. Lo peor es que una gran cantidad de iglesias, fomentan la mentira de que no se puede dejar de pecar; así los creyentes siguen pecando deliberadamente, lo único que cada uno debe hacer es confesar que creen en Jesús.

El diablo presenta el pecado atractivo y apetecible. Es la misma estrategia que usó con Eva: “No te preocupes, no es verdad lo que dijo Dios, puedes comer del fruto –pecar- sin problema. Entrarás en una nueva esfera de conocimiento y poder. Así he hecho yo”. Pero ahí están las consecuencias terribles de un solo pecado. Pidámosle a Dios que a través de su Espíritu Santo coloque en nuestro corazón aversión contra el pecado, la misma aversión que experimentó el Señor Jesús.

Ahora falta la parte siguiente: ¡La conversión! Jesús decía a la gente que perdonaba sus pecados: “Vete, y no peques más” (Jn. 8:11). “La ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún remedio… Sólo el Evangelio de Cristo puede librarle de la condenación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante Dios cuya ley transgredió y tener fe en Cristo y en su sacrificio expiatorio. Así obtiene “remisión de los pecados cometidos anteriormente” y se hace partícipe de la naturaleza divina” (Idem. 521).

Aquí está la clave: Hacernos partícipes de la naturaleza divina. Sin Cristo nada podemos hacer por nuestra salvación (Jn. 15:5): Ni nos podemos arrepentir sinceramente, ni podemos cambiar nuestra manera de ser, porque lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). Necesitamos entregar nuestra vida a Dios, aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal y depositar nuestra fe en él. Entonces el Espíritu Santo viene a tomar posesión de nuestros corazones y ahí se produce el milagro. A través de nuestros esfuerzos es imposible cambiar pero con la dirección del Espíritu Santo es diferente, Él nos imparte su poder para cambiar. Nos da el deseo, el arrepentimiento genuino y la fuerza para cambiar de vida: “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). Es una metamorfosis espiritual en la que el creyente sólo debe dejarse llevar por Dios. El arrepentimiento, pues, nos enseña a ser conscientes de nuestro
estado pecaminoso, a reconocer nuestros pecados específicos y a saber que stamos en el mal camino; pero la conversión es un cambio de dirección; significa dar la vuelta, seguir una dirección diferente, dejar de hacer lo malo. Si alguien comete un pecado debe arrepentirse y cambiar de dirección. Mientras no se efectúa un cambio y se vive una nueva vida, el arrepentimiento no está
haciendo su labor, porque el sincero arrepentimiento lleva a desear y luchar por un cambio de rumbo.

“La práctica de la verdad es esencial. El llevar los frutos testifica del carácter del árbol. Un buen árbol no puede llevar malos frutos… Se necesita una conversión cabal” (El Evangelismo, pág. 227).

“El Señor le agradaría más tener seis personas verdaderamente convertidas a la verdad, como resultado de sus labores, que tener sesenta que hacen una profesión nominal y que sin embargo no están cabalmente convertidas” (El Evangelismo, pág. 235).

Nuestra meta es la santidad
Tal vez la palabra “santidad” asusta a mucha gente porque se ven lejísimos de ser santos. Pero si el Señor nos ha pedido que seamos santos como Él es santo (1 Ped. 1:16) es porque podemos llegar a serlo en nuestra esfera con su ayuda. Estar convertidos es haber entrado en el camino de la santidad y haber comenzado a crecer, esta obra dura toda una vida. Eso no quiere decir
que uno no va a cometer nunca más ningún error. Pero la persona convertida hará todo lo posible por vivir el Evangelio. Buscará tener armonía con el Señor y el prójimo, apoyará la iglesia, difundirá la verdad; a través de la oración y del estudio de la Palabra hará esfuerzos fervientes para cambiar su carácter. Si hacemos todo lo que está de nuestra parte para agradar al Señor,
querido joven, Él no nos abandonará. “Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre y suple la deficiencia con sus propios méritos divinos. Pero no aceptará a los que pretenden tener fe en él, y sin embargo son desleales a los mandamientos de su Padre” (Mensajes Selestos, Tomo 1, pág. 448).

“Cuando ve a los hombres levantando las cargas, tratando de llevarlas con humildad de mente, desconfiando del yo y confiando en él, añade a su obra su perfección y suficiencia, y es aceptado por el Padre. Somos aceptados por la perfección y la plenitud del Señor, justicia nuestra. Los que son sinceros, y tienen corazón contrito, realizan esfuerzos humildes para vivir según los requerimientos de Dios, ellos son considerados por el Padre con amor tierno y misericordioso; a los tales los considera hijos obedientes, y les imputa la justicia de Cristo” (Matutina Nuestra Elevada Vocación, pág. 53). Querido joven, te deseo lo mejor para tu vida. Te animo a emprender la maravillosa aventura de la fe. Vivir en armonía con Dios es lo que produce la verdadera felicidad, lo demás es efímero, pasajero y decepcionante. Pídele que te de la experiencia de la conversión genuina y así será, porque lo ha prometido. No te desanimes si caíste en el pecado. Pide perdón a Dios y lucha para no ofenderle más. Si ya llegaste a experimentar la conversión entonces permanece en Cristo (Jn. 15:4-5). Dios te bendiga. Amén.

Sugerencia: Sería bueno que en vuestra reunión se hablara de personajes bíblicos que experimentaron la verdadera conversión. Repasar la diferencia entre estar convencidos y estar convertidos. ¿Existen las falsas conversiones? Ved algún ejemplo. Aprovechad vuestra reunión para orar por la verdadera conversión. José Vicente Giner

Pastor y director del Departamento de Jóvenes de la Asociación General