En las manos del Alfarero
Septiembre 2020
Mis queridos jóvenes:
Os saludo en el nombre del Señor Jesucristo y pido que sus bendiciones, amor y dirección sean sobre vosotros en abundancia.
Leyes establecidas por Dios
El apóstol Pablo menciona una ley: “Cada uno cosecha lo que siembra“ (Gál. 6:7). (NVI). Es imposible sembrar tomates y cosechar pepinos. Dios ha establecido que existan leyes físicas que son inalterables, así ha sido desde que el mundo es mundo.
El apóstol cita esta ley de la siembra y la cosecha, para recordar a sus hermanos que la misma ley existe en el mundo espiritual: “El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna“ (Gál. 6:8).
La inalterabilidad de las leyes divinas
Una de las características, tal y como decíamos, de las leyes establecidas por Dios, es su inalterabilidad. Esto se debe a que Dios mismo no cambia: “Dios es siempre el mismo: en él no hay variaciones ni oscurecimientos“ (Stg. 1:17). (DHH). Es una buena noticia para nosotros los humanos, porque como Dios es amor (1 Jn. 4:7) y nos ha dado a su Hijo Jesucristo para que todo aquel que en él cree no se pierda sino que tenga vida eterna (Jn. 3:16), podemos mirar el futuro con esperanza, no obstante de nuestros errores.
No debemos angustiarnos preocupándonos si mañana seguirá amándonos el Señor, si nos seguirá ayudando a mejorar nuestro carácter, si perdonará nuestros pecados y si seguirá escuchando nuestras oraciones. No, querido lector, “Dios es siempre el mismo“ y podemos aún aferrarnos por la fe, a su infinita bondad y misericordia, sabiendo que si acudimos a Él no nos rechazará: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera“ (Jn. 6:37). (LBLA).
Pero no debemos olvidar que las leyes que Dios ha establecido en el mundo natural y en nuestro ser, siguen su curso inalterable. ¿Qué significa esto? Que si yo decido pecar, cosecho muerte (Ro. 6:23), si no me arrepiento y me obstino en aferrarme al mal. Si decido obrar contra la voluntad divina cosecho las consecuen–cias en mi vida espiritual y física. Por ejemplo si decido drogarme, estas substancias van a provocar efectos en mi cerebro y resto del cuerpo que Dios no va a evitar aunque nos ame infinitamente.
La ley de correspondencia
Una ley similar a la de la siembra y la cosecha, sería la ley de causa y efecto y aun la ley de correspondencia. La primera ley nos dice que toda acción genera una reacción es decir que recibo lo que doy, todo lo que sale de mi me regresa indefectiblemente; mis pensamientos, mis intenciones, mis actitudes, mis palabras de hoy son la cosecha de mi futuro. Lo mismo ocurre con la ley de correspondencia. Por esta ley sabemos que lo que nos ocurre es el resultado de ejercer libremente nuestra responsabilidad. Algunos lo expresan diciendo que la realidad que vivimos es la que merecemos.
No es nada halagüeño, Jesús lo enseñaba. Dijo que cada planta da su fruto: “¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?“ (Mat. 7:16). (NBLA). Nuestra naturaleza pecaminosa nos lleva a hacer el mal, somos árboles que dan malos frutos por naturaleza, lo dice el profeta Jeremías: “¿Puede el etíope cambiar el color de su piel? ¿Puede un leopardo cambiar sus manchas? Así mismo, ustedes no pueden hacer el bien, estando tan acostumbrados a hacer el mal“ (Jer. 13:23). (PDT).
Un corazón nuevo
Pero hay buenas noticias en el Evangelio y es que si decidimos actuar según la voluntad divina, se va a operar un cambio que no ocurre de forma natural ni en el mundo físico ni en el mundo espiritual del ser humano, ya que existen leyes, esto ha quedado claro. Pero, como decíamos, hay buenas noticias. La Biblia nos enseña que Dios está constantemente llamando a cada pecador, a ti y a mí. Nos interpela cada día a través de la voz de su Santo Espíritu, su obra es la de tocar a las puertas de nuestro corazón, nuestra mente y convencernos de nuestra caótica situación para que busquemos en Dios ayuda: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio“ (Jn. 16:8). (RVR1960).
La humanidad ha tratado de dar respuestas a través de la filosofía, del ateísmo, del agnosticismo, de la ciencia, las falsas religiones y otras perspectivas, pero sin ningún resultado. Seguimos igual. Como humanidad le hemos dado la espalda a nuestro Creador buscando soluciones donde no las hay, agua donde sólo encontramos desiertos, vida donde sólo existe la muerte. Jesús dice: “…y no queréis venir a mí para que tengáis vida“ (Jn. 5:40). (RVR1960).
La mayoría de la gente, en realidad todos, sabemos que algo no marcha bien en nuestro corazón, es evidente, por lo que somos, por nuestra forma de reaccionar, de pensar, estamos llenos de defectos; esto es la consecuencia de la transgresión de las leyes naturales divinas que citamos. Dios le dijo a Adán y a Eva que el día que comieran del fruto prohibido morirían (Gén. 2:17). Decidieron comer y tanto ellos como sus descendientes cosechamos las consecuencias. Hoy, el mundo sigue comiendo del fruto prohibido, cualquiera se da cuenta de que esto es así. Baste mirar a nuestro alrededor para comprobar que la humanidad sigue hundiéndose en sus miserias.
Pero Dios nos ama tanto que nos da su Espíritu Santo. Cuando una persona decide entregar su corazón a Cristo y lo acepta como su Salvador personal, a cambio recibe el Espíritu de Dios que va a obrar en su vida. Un ejemplo: El barro en su forma natural es materia informe e inerte; pero si el alfarero lo toma y lo coloca en la rueda, haciéndola girar y trabajándolo con sus manos, al final se convierte en un vaso útil.
En el libro del profeta Jeremías encontramos una enseñanza muy alentadora para cada ser humano. El profeta compara a Dios con un alfarero hábil y al pueblo de Israel como barro, lo puedes leer en Jeremías 18:1-6. Lo interesante de este pasaje es que tiene una aplicación universal, también refleja nuestra situación. Cada uno de nosotros somos ese barro en manos del alfarero divino si lo deseamos. ¿Y qué puede ocurrir si decidimos ser barro en las manos de Dios?
Un proceso lento
Si le damos permiso para que nos tome y coloque sobre su rueda, un proceso de trasformación profundo se va a iniciar por su gran misericordia. De material vil a vaso de honra, porque el Alfarero celestial nos moldea a imagen del Señor Jesús. No es un asunto que se verifica de la noche a la mañana, en un momento, toma su tiempo; en la Biblia este tiempo se conoce por “santificación“.
No es cualquier obra trasformar un corazón humano, sólo Dios lo puede hacer. Si dejamos que Dios nos moldee, no es que vamos evitar los resultados de nuestro mal proceder, pero Él promete arrojar al fondo del mar nuestros pecados y olvidarse de ellos (Miq. 7:19). Darnos un corazón nuevo que viva para servir y amar a Dios. Entonces podremos vivir en consonancia a las leyes divinas para cosechar las ricas bendiciones del Señor. Sembrar amor, comprensión, amabilidad, misericordia, perdón, compasión, benevolencia… para recibir una cosecha de la misma naturaleza.
Tomemos el caso del apóstol Pedro. Ilustra de forma perfecta la clase de persona que ninguno quisiéramos ser: Hablador, impetuoso, engreído, impulsivo, hiriente… En fin, un hombre tosco y rudo como el barro. Pero él permitió que Dios lo tomara y lo colocara en su rueda. Cada vuelta, cada toque fueron puliéndolo, a veces tuvo que sufrir en solitario, su dolor se tornó terrible cuando negó al Señor Jesús. Pero Pedro había permitido que el Espíritu lo trabajara en la rueda celestial. Y al final reflejó el carácter de su Maestro. Jesús le encomendó que cuidara del rebaño una vez convertido. Así es la obra del Señor.
Conclusión
Dejarnos llevar por nuestra naturaleza pecaminosa nos destruye, nos hace infelices, nos aparta de nuestro Creador. Todo lo que podemos producir es ruido desagradable, obras muertas, una vida vacía y sin frutos, una cosecha de muerte. Pero si decidimos colocarnos en las manos del Alfarero divino, el Espíritu Santo trabajará desde dentro hacia fuera y hará que podamos reflejar la imagen de Jesús llevando sus frutos. Te animo a que permitas que Dios te tome y te coloque en su rueda celestial a fin de que moldee tu corazón hasta que seas una vasija útil para gloria y honra de Dios y gozo tuyo y de tu prójimo. Dios te bendiga. Amén.
José Vicente Giner
Pastor y director del Departamento de Jóvenes
de la Asociación General
Para la reflexión:
- Dialóguese sobre la naturaleza pecaminosa del ser humano.
- ¿Cómo puede llevar a cabo el Señor una obra de transformación de nuestros corazones pecaminosos?
Abreviaturas de versión bíblicas
DHH Dios Habla Hoy
LBLA La Biblia de las Américas
NVI Nueva Versión Internacional
PDT Palabra de Dios para Todos
RVR1960 Reina-Valera 1960