Objetivos:
- Usar la historia de los dos caminantes de Emaús para comprender nuestra propia historia.
- Entender que dejar Jerusalén, la ciudad de paz, para ir a Emaús, la ciudad del desánimo y de la derrota, sólo provocará angustia y tristeza en el alma.
- Saber que las dificultades de la vida van a venir, pero si basamos nuestra fe en la revelación bíblica, encontraremos a Cristo en el camino.
- Ser motivados a insistir en la oración pidiendo la presencia del Espíritu Santo.
Introd.
- Queridos jóvenes, la vida es un camino hacia dos destinos: La salvación eterna o la condenación.
- El problema es que muchos no saben esto, creen que no existen estos dos destinos a los que tendremos que arribar un día, queramos o no. ¿Hacia dónde caminamos nosotros?
I. EL CAMINO
- La historia que tomamos como referencia para ilustrar este servicio, la encontramos en el Evangelio de Lucas, capítulo 24. Allí se habla de dos discípulos de Cristo que iban caminando hacia una aldea llamada Emaús, que distaba a unos 12 kilómetros de Jerusalén.
- No era una distancia corta para recorrerla a pie; necesitaba su tiempo y esfuerzo, especialmente si hacía frío o caía un sol abrasador. Pero allí hallamos a estos caminantes desconocidos, caminando.
- La vida es un caminar permanente, quien no camina está muerto. Vivir significa estar en movimiento. Todos caminamos, pero no todos vamos al mismo lugar. Los discípulos iban hacia una aldea y hablaban entre sí de todo aquello que había ocurrido en los días pasados sobre la muerte de Cristo.
II. EL DIALOGO
- Los cristianos, que hemos hecho profesión de nuestra fe, tenemos un compromiso con Dios. Hemos comprendido y aceptado el Evangelio y esto nos ha llenado de gozo. Pero a veces actuamos como si Cristo estuviera muerto y todavía colgara en la cruz.
- Es una verdad innegable que no podemos, por nuestras propias fuerzas, de dejar de fijar nuestros ojos en lo que es negativo, carente de esperanza y vida.
- Tenemos un mensaje extraordinario, único en toda la tierra, verdadero y esperanzador. Pero en vez de dejar que nos envuelva y transforme por la acción del Espíritu, nos dedicamos a dar cabida a la tristeza, al llanto, a aquello que deprime y paraliza nuestros sentidos espirituales.
- Ved, queridos jóvenes que aquellos hombres dialogaban (Luc. 24:14); es condición del corazón humano que fue creado para ser inteligente, razonador y sabio, dialogar. Dialogar es algo más que hablar, es expresar nuestras ideas y estados anímicos, con el objetivo de compartirlas.
- Pero no todos los diálogos son buenos. Cuando nos detenemos en aquello que es negativo, nos envuelve la nube espesa del desánimo. Lo que decimos influye sobre nuestra mente y marca el tenor de nuestro estado anímico. La decepción mezclada con la duda, generó en aquellos corazones decepción y tristeza.
- Es normal, querido joven, si hablas de cosas malas, si criticas a los demás, si sólo ves los obstáculos del camino, si le das demasiada importancia a lo complicado de la empresa, tú mismo te vas a estar limitando y vas a ser tu peor obstáculo.
- Mira lo que dice el Espíritu de Profecía: “Puesto que no nos pertenecemos, pues hemos sido comprados por precio, es deber de quien profesa ser cristiano poner sus pensamientos bajo el dominio de la razón y obligarse a sí mismo a ser alegre y feliz… La tristeza y el hablar de cosas negativas promueven imágenes mentales desagradables y producen sobre nosotros mismos un efecto negativo. Dios quiere que nos olvidemos de todo esto, ¡que no miremos hacia abajo sino hacia arriba!” (Mente, Carácter y Personalidad, Tomo 2, 303).
- En la vida, lo que hablamos nos condiciona para bien o para mal. “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mat. 12:37). (RVR1960). ¿Por qué es importante lo que decimos? Porque es lo que hay en el corazón, en la mente: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Luc. 6:45). (NBLA).
- Cuando faltamos el respeto a alguien con nuestras palabras, cuando estas son ofensivas y desconsideradas, es que en nuestra mente ya se fraguaron todos esos sentimientos y lo que hacemos, en el momento que se da la oportunidad, es exteriorizarlos.
- Los discípulos de Emaús habían decidido no creer, desanimarse por la muerte de Cristo, darle rienda suelta a su tristeza, dudar de las palabras del Maestro… Y el resultado fue una tristeza no contenida.
III. EL PRINCIPIO VERSUS LOS SENTIMIENTOS
- En la historia vemos que en un momento de su caminar, un extraño se les une, es Cristo, pero no lo reconocen. A veces, aun siendo cristianos, podemos tener la sensación que andamos solos por el camino, especialmente en los peores momentos de nuestra vida.
- Pero esto no es cierto, es sólo un sentimiento que toma posesión de nuestro ser. Un hijo o hija de Dios nunca está solo; repito, querido joven, un cristiano nunca andará solo, porque Cristo ha prometido estar con nosotros en el camino: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo…” (Sal. 23:4). (RVR1960).
- Esta era la convicción de David, ¿es la nuestra también? Los discípulos de Emaús estaban tan ensimismados en sus pensamientos, tal vez las lágrimas velaban sus ojos, sus pensamientos tristes abstraía a este par de discípulos. Cristo se les une y no se percatan que era el Maestro al que creían vencido por la muerte.
- Queridos jóvenes, los sentimientos pueden jugarnos malas pasadas, nos pueden llevar a terrenos de arenas movedizas… No son una buena guía para determinar qué creer o qué desechar. Pablo dice que debemos andar por fe y no por vista (2 Cor. 5:7), significa que un “escrito está” es el que debe marcar la pauta y no nuestros sentimientos y emociones, que aunque pueden ser buenos en determinados momentos, no siempre coinciden con lo que debemos creer.
- “No son nuestros sentimientos, nuestras emociones, lo que nos hace hijos de Dios, sino el cumplir la voluntad de Dios” (Mente, Carácter y Personalidad, Tomo 1, 134).
- “Vi que el cristiano no debe dar demasiado valor a los sentimientos de felicidad ni depender demasiado de ellos. Estos sentimientos no son siempre verdaderos guías. Cada cristiano debe procurar servir a Dios por principio, y no ser regido por los sentimientos. Al hacer esto, se ejercerá la fe y ella aumentará” (Joyas de los Testimonios, Tomo 1, 54).
IV. LA HUIDA HACIA EMAUS
- Estos discípulos iban hacia Emaús. Así como Jerusalén representa la paz en el alma (Rom. 5:1), el centro del plan de salvación, donde se dio la pasión y muerte de Cristo, así como su victoria en la cruz y resurrección; Emaús es la ciudad del desánimo, o una representación del vacío, del abandono de la fe.
- Los discípulos habían dejado Jerusalén para adentrarse en Emaús, es decir en su vida pasada. Muchos abandonan su fe para retomar su vida anterior. Cada vez hay más deserciones de las iglesias, leía en Internet que entre 120.000 y 150.000 personas abandonan las iglesias protestantes históricas cada año en Alemania, que fue la cuna de la Reforma. ¡Es increíble!
- También muchos jóvenes están aquejados de este mal y se van a Emaús para vivir apartados de Jerusalén. ¿Qué se puede encontrar lejos de Cristo? ¿Qué nos puede dar el mundo que Cristo no nos pueda dar? Amar el mundo es humano, pero es más duradero, profundo y reconfortante amar las cosas de Dios, aquello que nunca dejará de ser, que nunca se marchitará.
- ¿Estás en el camino hacia Emaús? ¿La desilusión, la decepción te domina? ¿Fuiste débil y buscas refugio fuera de Cristo? No lo hagas, espera.
V. LAS ESCRITURAS
- Aquellos hombres sólo podían ser rescatados a la fe por la santa Palabra de Dios. Como decía antes, el principio es lo que debe gobernar la vida de cada discípulo de Cristo. ¿Qué dicen las Escrituras? ¿Qué principios deben guiarnos?
- Cuando Jesús se les unió, tenía la intención de recuperar sus almas. Jesús no nos deja solos en el camino cuando nos abatimos, camina a nuestro lado y se interesa por nosotros. Nos tiende su mano salvadora y coloca nuevamente en la senda hacia Jerusalén, ciudad de paz.
- La historia que nos ocupa dice que los discípulos relataron al extraño que se les unió, toda su historia negativa. Más que una historia de victoria y triunfo, como era, parecía un relato de fracaso.
- Pero el Señor Jesús hizo lo que tenía que hacer para reavivar la fe de ellos: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Luc. 24:27). (RVR1960).
- No hay nada más eficaz que hacer, a la hora de reavivar la fe de las personas, que llevarlos de nuevo a las Sagradas Escrituras, porque “…la fe nace al oír el mensaje, y el mensaje viene de la palabra de Cristo” (Rom. 10:17). (DHH). “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39). (RVR1960).
- Es imposible que un cristiano crezca en la vida de fe sin hacer de la Biblia su guía y compañera permanente.
- “Si queréis conocer el misterio de la piedad, debéis seguir la sencilla palabra de verdad, haya o no sentimiento o emoción. La obediencia debe basarse en principios, y lo recto ha de seguirse bajo todas las circunstancias. Este es el carácter elegido por Dios para salvación. La prueba de un cristiano genuino se da en la Palabra de Dios» (La Educación Cristiana, 224).
VI. QUÉDATE CON NOSOTROS
- Viene la parte final de la historia. El extraño les iba hablando y basándose en las Sagradas Escrituras, era el Antiguo Testamento, establecido para abrir el camino al Nuevo Testamento. Este no tendría sentido sin aquel y viceversa.
- A medida que los dos caminantes escuchaban, su fe se iba estableciendo y confirmando. Esa es la obra que nos toca desempeñar. Por un lado, debemos establecer nuestra fe en un “Escrito está” y por otro lado la debemos compartirla con aquellos que andan por el camino de la vida.
- Sin darse cuenta, prácticamente, los caminantes llegaron a la aldea donde iban y su misterioso acompañante hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse. En otras versiones en vez de “obligar” usa la expresión “le dijeron con insistencia” (NBV).
- Nosotros no podemos obligar a Dios a que haga esto o lo otro, pero sí que poseemos la prerrogativa de insistir a través de la oración para que Dios more en nosotros a través de su Espíritu Santo y nos conceda las riquezas de su gloria.
- “Dios no dice: Pedid una vez y recibiréis. Él nos ordena que pidamos. Persistid incansablemente en la oración. El pedir con persistencia hace más ferviente la actitud del postulante, y le imparte un deseo mayor de recibir las cosas que pide. Cristo le dijo a Marta junto a la tumba de Lázaro: “Si crees, verás la gloria de Dios”. Juan 11:40” (La Oración, 72).
- La persistencia de aquellos hombres hizo que el extraño entrase con ellos a la casa. El texto dice el argumento que usaron es el que el día ya ha declinado, otras versiones dicen: “Ya era casi de noche”. En verdad necesitamos a Cristo siempre, pero ahora, que declina el sol de la existencia humana, lo necesitamos mucho más. No sería sabio dejarlo marchar y quedarnos solos sin su presencia.
- Querido joven, insiste en que la presencia de Cristo sea real en tu vida. No te separes de él en el camino de la vida. Lo necesitas. Él sólo puede dar sentido a nuestra existencia, sólo Él nos puede vincular con el Padre, proteger del enemigo, hacernos felices y perfectos en Él a través de su justicia. Insiste joven.
- Al entrar en casa, hubo una cena preparada, todavía no sabían que habían invitado a Cristo a su mesa, entonces el Maestro alzó las manos para bendecir el pan y los discípulos quedaron atónitos, llenos de asombro. ¡Era Jesús! Reconocieron, al ver las manos de aquel hombre, las marcas de los clavos. No había duda, era Cristo resucitado, el gozo parecía que iba a hacer estallar sus corazones. Se echaron a los pies para adorarle, pero desapareció de su vista milagrosamente.
- Sus sentimientos y emociones se reordenaron. Quedó confirmada su fe y la tristeza que angustiaba sus almas desapareció. Así ocurre cuando Cristo vuelve a morar en el alma humana. Las tinieblas se disipan y toda noble aspiración se ve satisfecha, todo vacío cubierto, toda frustración neutralizada.
- Lo que pasó a continuación es la consecuencia de vivir en Cristo: “¡No moriré, sino que he de vivir para contar lo que el Señor ha hecho!” (Sal. 118:17). (DHH).
- Aquellos discípulos, aunque era de noche, salieron a toda prisa para dirigirse a Jerusalén, ni siquiera tomar el alimento que estaba preparado. Lo que habían visto era demasiado extraordinario como para ocultarlo o ignorarlo. Tenían que testimoniar a sus compañeros. Cristo había resucitado y ellos eran testigos presenciales.
- Cuando el alma humana comprende que Cristo vive y reina por los siglos de los siglos, no puede callar lo que ha visto y oído. Todo cristiano y cristiana, queridos jóvenes, debe ser una luz en este mundo. ¿Lo somos nosotros?
Conclusión
- La vida es un camino que termina en Jerusalén, la ciudad de paz celestial, o en Emaús, la ciudad del desánimo, de la derrota, de la incredulidad. ¿Dónde queremos llegar? ¿Qué destino elegimos?
- Cristo ha resucitado de los muertos después de obtener una victoria completa contra el diablo y el pecado. A través la obra del Espíritu Santo (Jn. 16:8), nos lleva a las Sagradas Escrituras para establecer y confirmar nuestra fe.
- Querido joven, si por cualquier circunstancia te hayas caminando hacia Emaús, pregúntate: “¿Qué dicen las Escrituras?” y sigue el camino que ellas te marquen, Jesús estará a tu lado siempre, no te dejes abrumar por sentimientos y emociones equivocadas. Establece tu vida sobre el fundamento seguro de la Palabra de Dios y corre hacia la ciudad de paz. Amén.
© José Vicente Giner