52. SALVANOS QUE PERECEMOS
Objetivos:
- Ser conscientes y aceptar el hecho que los problemas grandes y pequeños van a llegar a nuestra vida, queramos o no.
- Prepararse para saber enfrentarlos, no usando nuestra fuerza humana sino la gracia y el poder de Dios.
- Entender que Cristo quiere ayudarnos en cualquier situación difícil que vivamos, porque está lleno de amor hacia nosotros.
- Aprender a vivir en función de ese amor.
Introd.
- En cierta ocasión me encontraba navegando por el mar de Galilea. Las aguas estaban tranquilas y había una gran bonanza. Entonces recordé la historia en la que Jesús navegaba por este mismo mar con sus discípulos dos mil años atrás.
- La Biblia dice que se desató una gran tormenta. No la esperaban así los discípulos, acostumbrados a lidiar con los elementos desatados de la naturaleza. Pero estaba vez era especial, era “una gran tormenta”.
I. LAS GRANDES TORMENTAS
- En la vida tendremos que enfrentar tormentas pequeñas y grandes. Hay situaciones tan complejas que pueden hundirnos y acabar con nosotros fácilmente. Otros problemas son más ligeros y, aunque nos azotan, no resulta tan difícil lidiar con ellos.
- Pero ¿qué ocurre cuando la tormenta que nos sacude es “una gran tormenta”? La pérdida de un ser querido, una enfermedad incurable, una ruptura matrimonial, pérdida del trabajo, la traición de tu mejor amigo, etc. Todo esto y más, puede llegar cuando menos lo pensamos, querido joven.
- El pueblo de Israel pasó de ser gente privilegiada en Egipto a esclavos explotados por el Faraón, sin libertad ni derechos. Cuatro siglos de gran tormenta. Lo que nos espera en el futuro serán grandes tormentas, como el decreto de muerte, la obligatoriedad de observar el domingo, la persecución, el desprecio de la sociedad, la pérdida de derechos y otros, prisión, tal vez. No sé. Está todo en las manos de Dios.
- ¿Qué podemos aprender de la historia de los discípulos que navegaban en la barca con el Maestro y tuvieron que enfrentar una gran tormenta?
II. NOS OLVIDAMOS DE CRISTO
- Si estudiamos bien la historia, nos percataremos que Jesús, debido a las muchas actividades del día, estaba rendido y se quedó dormido. En ese lapsus ocurre lo peor. La tormenta se desata y comienza a zozobrar la frágil embarcación.
- Lo que me llama la atención es que los discípulos no pensaron inmediatamente en Cristo, sino que echaron mano de sus conocimientos sobre el mar. Otras situaciones de peligro habían tenido que enfrentar y usando sus habilidades de pescadores habían solucionado el problema.
- Pero ahora, de nada sirvió su profesionalidad y denodados esfuerzos. Por mucho que se esforzaron por achicar la nave, amenazaba con hundirse y tragarlos a todos en el mar proceloso. Mientras tanto Jesús estaba durmiendo y nadie acudía a Él.
- ¿No nos pasa así, muchas veces, querido joven, en nuestro navegar por la vida? Viene la tormenta y comenzamos a buscar soluciones humanas, echando mano de nuestra experiencia, habilidad, conocimiento, sin reparar que Jesús está a nuestro lado. Esa es una realidad que se confirma una y otra vez en la Palabra: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). (LBLA).
- El Señor Jesús está con nosotros, lo ha prometido, es así, pero nos ofuscamos en solucionar nuestros problemas por nosotros mismos, sin pensar que Cristo está a nuestro lado y que nos dejó una orden específica: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat 11:28). (RVR1960).
- El descuido de la vida devocional, la falta de fe, nuestra deficiencia a la hora de relacionarnos con Jesús, nos impide entender que Cristo está a nuestro lado, que no es un Cristo lejano, indiferente a nuestros problemas. No tenemos un Cristo muerto, sino vivo; lleno de amor por cada uno de nosotros y deseoso de calmar las tormentas de nuestra vida. Pero debemos ir a Él.
- No hagamos como los judíos de antaño que se rehusaron ir a Cristo para ser salvos: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida…” (Jn. 5:40). (RVR1960).
III. LA ACCIÓN DEL MAESTRO
- Los discípulos estaban gustando el sabor amargo de la gran tormenta, desesperados y casi a punto de hundirse en el mar, de pronto vieron a Cristo acostado y dormido, pero tranquilo y no como ellos, desesperado. ¿Qué marcaba la diferencia?
- Jesús, en su humanidad, descansaba en los brazos de su Padre, con tal seguridad y confianza que nada ni nadie le espantaba. Así podemos también descansar nosotros, querido joven. Sí con esa misma certeza y en medio de cualquier tempestad… Es una promesa bíblica que se reitera una y otra vez en la Palabra: “Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi salvación” (Sal. 62:1). (NVI).
- Cuando, como iba diciendo, los discípulos por fin cayeron en la cuenta que estaban con el Salvador, el Mesías prometido, aún más, el Hacedor de los mundos, Aquel que es el Alfa y la Omega, Dios con nosotros… clamaron a Él: ”!Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo!” (Mat. 8:25). (DHH).
- En esos momentos se levantó el Salvador, “reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma” (Mat. 8:26). (LBLA).
- ¿No te parece algo maravilloso, querido joven? Es inefable, extraordinario, no hay palabras para describir algo tan asombroso. De hecho, quienes contemplaron la escena se preguntaron a sí mismos: “¿Quién es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mat. 8:27). (Idem.).
- ¡Es Jesús! ¡Es Jesús! El Hijo del Hombre, aquel que puede compadecerse hasta lo sumo de cada uno de nosotros porque nos ama. Es el Todopoderoso hecho carne, el que murió en la cruz y resucitó al tercer día y ascendió a los cielos donde intercede por nosotros y regresará por segunda vez para llevarnos con Él. Es el que era, que es y que ha de venir; el que rescata del hoyo nuestra vida, nuestro Amigo, nuestro Abogado y Juez.
- ¡Es Jesús! ¡Sí es Jesús! El mismo que guio a las huestes hebreas por el desierto; aquel que resucitó a los muertos y que perdonó a los pecadores; que curó a los leprosos y dio dignidad a las mujeres…
- El Espíritu de Profecía nos dice: “Así como Jesús reposaba por la fe en el cuidado del Padre, así también hemos de confiar nosotros en el cuidado de nuestro Salvador. Si los discípulos hubiesen confiado en él, habrían sido guardados en paz. Su temor en el tiempo de peligro reveló su incredulidad. En sus esfuerzos por salvarse a sí mismos, se olvidaron de Jesús; y únicamente cuando desesperando de lo que podían hacer, se volvieron a él, pudo ayudarles” (DTG, 303).
- “¡Cuán a menudo experimentamos nosotros lo que experimentaron los discípulos! Cuando las tempestades de la tentación nos rodean y fulguran los fieros rayos y las olas nos cubren, batallamos solos con la tempestad, olvidándonos de que hay Uno que puede ayudarnos. Confiamos en nuestra propia fuerza hasta que perdemos nuestra esperanza y estamos a punto de perecer. Entonces nos acordamos de Jesús, y si clamamos a él para que nos salve, no clamaremos en vano. Aunque él con tristeza reprende nuestra incredulidad y confianza propia, nunca deja de darnos la ayuda que necesi–tamos. En la tierra o en el mar, si tenemos al Salvador en nuestro corazón, no necesitamos temer. La fe viva en el Redentor serenará el mar de la vida y de la manera que él reconoce como la mejor nos librará del peligro” (DTG, 303).
Conclusión
- Querido joven, aquí está la historia; no es una fábula, un cuento o algo inventado para darle importancia a Jesús. Simplemente es la narración de unos hechos de los que muchos fueron testigos. Es la mano de Dios obrando un milagro.
- “Convirtió en brisa la tempestad, y las olas se calmaron. Al ver tranquilas las olas, se alegraron, y Dios los llevó hasta el puerto deseado. Den gracias al Señor por su amor, ¡por lo que hace en favor de los hombres!” (Sal. 107:29-31). (DDH)
- Hoy, el Señor Jesucristo, está tan dispuesto a calmar las tormentas de nuestra vida como lo estuvo aquel día en el mar de Galilea. ¿Lo creemos? Vayamos a Él para tener vida. Amén.
© José Vicente Giner